I
Hoy mientras planchaba la décima camisa, el
termómetro a la sombra marcaba 40 grados de temperatura. Él entro por la puerta
y me miró con cara de desprecio. Volvió porque se había olvidado la gorra del
uniforme. Sentí que en mi mano la plancha acumulaba el calor de infinitos
veranos de sometimiento. La transpiración cegaba mi vista. Comencé a alucinar,
me pareció que se convertía en garrote, en un sacudón le di con el canto en la base del cráneo, cómo habrá sido que se le desdibujó
la sonrisa de la cara, ¡mirá vos! me dije, aliviada y satisfecha. Él cayó al
piso y la sangre comenzó a brotar, agarré la manguera y lavé el desparramo. En
la vida pude aguantar muchas cosas, pero el olor de la sangre, eso sí que no lo
puedo soportar. Y después vine aquí a confesarle lo que había ocurrido, soy una
mujer que no niega su responsabilidad, no me gusta la gente cobarde que anda
desmintiendo lo que hace. Cuestión de principios, dicen. Aquí estoy, disponga
como corresponde. Si me permite una sugerencia, le aclaro que no es mi interés importunar
su investidura, pero sería mejor para usted que al salir, no olvide por ningún
motivo su gorra.
Ana Danich (de: Veinte cuentos en Cuclillas)