SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

viernes, 27 de diciembre de 2013

VEINTE CUENTOS EN CUCLILLAS


I

Hoy mientras planchaba la décima camisa, el termómetro a la sombra marcaba 40 grados de temperatura. Él entro por la puerta y me miró con cara de desprecio. Volvió porque se había olvidado la gorra del uniforme. Sentí que en mi mano la plancha acumulaba el calor de infinitos veranos de sometimiento. La transpiración cegaba mi vista. Comencé a alucinar, me pareció que se convertía en garrote, en un sacudón le di con el canto en  la base del cráneo, cómo habrá sido que se le desdibujó la sonrisa de la cara, ¡mirá vos! me dije, aliviada y satisfecha. Él cayó al piso y la sangre comenzó a brotar, agarré la manguera y lavé el desparramo. En la vida pude aguantar muchas cosas, pero el olor de la sangre, eso sí que no lo puedo soportar. Y después vine aquí a confesarle lo que había ocurrido, soy una mujer que no niega su responsabilidad, no me gusta la gente cobarde que anda desmintiendo lo que hace. Cuestión de principios, dicen. Aquí estoy, disponga como corresponde. Si me permite una sugerencia, le aclaro que no es mi interés importunar su investidura, pero sería mejor para usted que al salir, no olvide por ningún motivo su gorra.



Ana Danich (de: Veinte cuentos en Cuclillas)

viernes, 22 de noviembre de 2013

ABSTINENCIA



Dos palomas juguetean en el alfeizar de mi ventana, detrás del marco, el cielo gris como una bóveda plomiza hiere la mirada perdida en el horizonte.  ¿Dónde ahora encontrará refugio la memoria del pasado? ¿Cuándo ahora escucharé el campanario que repica en los umbrales de las calles? El desconcierto de la tarde sacude la hora en que siento que ya nada importa. ¿Quién ahora agitará el pañuelo del adiós? Ya sé que no era yo cuando la bruma desdibujo tu imagen que huía en los pasadizos del silencio. No te puedo nombrar hoy en el innombrable grito anochecido que languidece sobre los tejados citadinos. ¿Es acaso la gota diaria de tristeza la que destella allí donde habita el dolor? Cae otra gota y otra. ¿Cuál de ellas sucumbirá en el nudo tejido de la espera?. El espejo reverbera mi mirada sobre la ancha avenida del crepúsculo. Afuera el viento es un torbellino de prisa y angustia contenida. Siluetas autómatas en la marea humana del descontento ¡todo es vanidad! maquillaje de rostros sin lamento. Somos una larga espera sometida al devenir de un tiempo que nos amortaja lentamente. Somos el ojo oteando en dobles cerraduras que se abren en la otra orilla del anhelo. Somos el lento transcurrir de un tiempo pasajero que abandonó en los andamios, la sed del adiós. Somos nada más que eso. Gotas de lluvia que caen en la oscuridad del desconsuelo, lamiendo sin piedad el reflejo de los rostros desdibujados en la  hebra opaca de la noche. Ausente de mí, al fin, podré murmurar tu nombre, que hará borbotear el elixir diamantino, en el sendero impenetrable de mis ojos.


Ana Danich

miércoles, 13 de noviembre de 2013

ESCRIBIRTE


Escribir una palabra
no dos, ni diez, sino una.
Escribir una palabra
con las sílabas del viento
o las letras de la tierra,
con las vocales del fuego
o las consonantes del mar.
No importa quien la escriba,
puedo ser yo o podés ser vos,
escribirla y que contenga
imprescindibles mensajes de vida.
Escribirla en la mano
para que entibie…
para que cuando nos encontremos
te regale o me regales un color,
que puede ser azul o el que prefieras.
Escribir una palabra,
que puede ser colibrí, golondrina, alas,
que nos enseñe a volar con el grácil arabesco
de los interrogantes eternos de Beatriz.
Escribirla y que planeé etérea, un leve roce,

un aleteo, iluminando las miradas.

(a Cristina)

Ana Danich  12 de Noviembre de 2013





                   


lunes, 11 de noviembre de 2013

Escucho rugidos de leones que acechan
soy cebra encarcelada en mi propia piel.

NOSOTROS

Nosotros los rabiosos masticamos las uvas de la ira,
besamos los pies helados de la muerte,
desobedecemos las prácticas de la ley.
Nosotros los odiosos fumamos la pipa del rencor,
vagamos entre sombras calcinadas y disturbios,
desnudos caminamos entre las brasas de la fe.
Sin lágrimas ni paisajes de amores condenados,
como perro hambriento mordemos el cuello
de la tibia oveja que no quiere descarriarse.
Nosotros, oímos el grito furioso de la horda
silenciamos la orgía brutal de las monedas.
Nosotros somos los malditos, no leales
no armoniosos, no prudentes de la iglesia
que amanceba al animal y lo redime
como a vaca  que muge su vergüenza
y se entrega al sacrificio de la gloria.
Nosotros somos los que otros no, sin culpa
clavamos el estilete en los párpados del ciego
y revelamos si existe un otro lado de sus ojos.

Ana Danich



sábado, 9 de noviembre de 2013

UNIVERSOS PARALELOS

Entre sueños divisó una piedra tallada que se erguía a diez metros. La niebla invadió el camino. Anduvo a paso lento entre los vientos que agitaban su cuerpo. En sentido opuesto avanzaba otro a la misma distancia de la piedra. Era una imagen que repetía sus mismos movimientos. Se acercaba y la imagen la imitaba. Una eterna repetición de pasos condenados. No pudo medir los minutos ni sabía si habían pasado horas o años en esa marcha continua. Los dos cuerpos caminaban en sentido contrario acercándose a la piedra, uno de ellos a la derecha y el otro a la izquierda.  Percibió que la eternidad le estaba arrebatado el presente en un imperceptible golpe de tiempo. ¿Fugacidad? No lo sabía. Continuó caminando hasta llegar del lado izquierdo. El otro cuerpo se ocultaba del lado derecho. Se detuvo frente a la piedra  y contempló el  agujero negro que se abría como la boca gigante de un gusano. Había perdido toda noción de la realidad. El agujero se agrandó a medida que lo miraba, en su circunferencia una fuerza centrípeta curvó su cuerpo a velocidad infinita. Sintió como el giro vertiginoso la absorbió. No supo medir el lapso. De pronto un estallido  la convirtió en luz. Del otro lado alguien la esperaba. En el universo paralelo había encontrado su otro yo.


lunes, 21 de octubre de 2013

MIEDO


Nada más que una triste vanidad de huesos que no fueron,

una estructura de hombre que persiste en la memoria,

nos arrancamos los labios para no reír tu risa alucinada

hoy suturada con las astillas de tu féretro / Él es el que

alguna vez estuvo aquí por el obstinado deseo de existir,

es larga la espera que se filtra entre los párpados del miedo.

Insistencia de las manos que tejieron aquel día la mortaja

y los adioses de una tarde bajo el cielo / Octubre es silencio.

Una lechuza rompió el crepúsculo con su batir de alas

la nochecita se adentro en el río y los faroles del adiós

destellaron  la última plegaria. Vano intento es revivir.

Todos recorremos sin saberlo el sendero de la Nada.


Ana Danich (a Fabricio Simeoni)


miércoles, 18 de septiembre de 2013

Hoy diecisiete de septiembre
dos de la madrugada
hace treinta y siete años
patadas
capuchas
falcon verde
colmillos afilados
temblor
preguntas
silencio
túneles
mordaza
grito ahogado
hermano
¿por qué por qué?
desaparecido
hoy diecisiete de septiembre
de mil novecientos setenta y seis...

lunes, 2 de septiembre de 2013

Disparates



 Tres cuartas partes de un cuerpo salieron a caminar la mañana. La otra cuarta   decidió quedarse sola sin saber para qué. Leer no podía porque sus  ojos y  la cabeza estaban en las tres cuartas partes que andaban por ahí, disfrutando la mañana. Tampoco podía pasar las páginas de algún libro ni hacer algo útil, ya que las manos habían salido a pasarla bien con las otras tres.   Éstas  recorrieron las veredas con lapachos y sus capullos en flor adornando la costanera.   Observaron la angosta franja de ceibos que hermoseaban la isla y las gaviotas cuando picoteaban la cabeza de  pececitos que asomaban sus coronas plateadas en una estela que el sol pintaba sobre el río. Entre las matas floridas apareció  una gata tricolor  y se acercó maullando hasta el  pie del cuerpo que se mantenía firme. Las tres, en silencio, se inclinaron para acariciarla. Una niñita de 5 años se arrodilló a un costado diciendo: - Esta gata se llama Ana,  igual que yo-. ¡Eh!...exclamó con un silbido de asombro una de las partes del cuerpo,  –Y yo también - . Las tres Ana maullaron al compás del murmullo del viento y se despidieron con la promesa de un nuevo encuentro, un día de estos, a la misma hora y en el mismo lugar.  Mientras tanto la parte del cuerpo que había decidido quedarse solitaria sin saber por qué, se sentía impaciente, elucubrando qué podrían estar haciendo a esas alturas las tres cuartas partes del cuerpo que habían decidido salir a disfrutar esa mañana de luces que teñían los mástiles de barcos ultramarinos. Pensó: ¿cómo puede ser que tres cuartas partes de un cuerpo puedan salir a caminar?. Eso, ¡es físicamente imposible!. Lo que esa  aburrida parte del cuerpo que había decidido quedarse mascullando en su infinita soledad no sabía, es que la mayoría de las veces, la imaginación, no necesita muletas.




viernes, 30 de agosto de 2013



Nunca más página en blanco balbuceo o grito

enciende el fósforo y arrojalo

el libro que escribí fue publicado en mi cuerpo



Ana Danich (de: Cuerpo de Piedra)

martes, 13 de agosto de 2013

ROSARIO DE CUENTAS





un Rosario de cuentas es como un río de rosas

que entretejo con mis dedos cada una en filigrana

 ellos son veintiuno Virgencita,  la tea ya no arde

entibio mi corazón endurecido,  pienso en el misterio

como si hoy la vida fuera eso, un rezo de invocación,

un nombre escrito en los escombros del suplicio,

un ahogo final, clamor de una ciudad en ruinas,

una trampa mortal detrás de las murallas de la noche,

un Rosario de lágrimas brutalmente engarzadas

cada una con sus nombres, en las cuentas del silencio.

Ana Danich 6 de Agosto de 2013

Dedicado a las víctimas de la explosión en la ciudad de Rosario:
Montefusco, Hugo (56 años); Cuesta, María Ester (92 años); López, Carlos (40 años); Mataloni, Adriana (57 años); Elías, María Emilia (28 años); Magaz, Estefanía Georgina (21 años aprox.); Oliva, Domingo (76 años); Perucchi, Roberto (68 años); Babini, Teresita (67 años); Caterina, Florencia (27 años); Medina, Soledad Ullián (31 años); Penise Juan Natalio (73 años); Gianángelo Débora (20 años); Balseiro, Federico (30 años); Vesco, Maximiliano (29 años); Fornarese, Maximiliano (34 años); Ceresole, Oclides ( 76 años); y Rizzo, Ana (65 años).


miércoles, 31 de julio de 2013

CON SAM EN UNA CARRETERA

Anoche viajábamos con Sam por la vieja  Ruta 66 que une Illinois con Arizona.  En silencio contemplábamos el vasto desierto que reflejaba la luz de la luna sobre las yucas y cactus, y las piedras que caían abruptamente desde las sierras,  aún permanecían tibias, exhalando el último calor de una tarde agobiante. Las ventanillas del Ford, modelo 58, estaban abiertas. A través de ellas se colaba un corrosivo viento que azotaba mi cabello. Sam fijaba la vista sobre la carretera apenas iluminada por los faros del  F100, cuando un búho pasajero aleteó sobre el techo y con un ala rozo el espejo retrovisor derecho. Una de sus plumas, arrancada de cuajo, se clavó en mi brazo y grité asustada intentando llamar su atención.

–Has visto al búho- le pregunté.

–Cómo no lo voy a ver – respondió.

 –Siempre veo, hasta lo que no se ve -

 Atábamos las sillas para que el viento que venía de las planicies del sur no las hiciera volar.

 - ¿Recuerdas? -

… “Muy lejos, en los densos bosques del norte, hay un lago negro y profundo que está construido por el hombre en forma de diamante perfecto. En verano está lleno de castores, garzas reales, ranas, patos de Florida, y un par de somormujos con los ojos rojos que trinan con ese tono inquietante que recuerda al aullido de un lobo. A veces aparece momentáneamente, y como por arte de magia, un grupo de ciervos y alces procedentes del interior del bosque negro, y luego vuelven a ocultarse en los tupidos alerces y pinos”…

Sam se detuvo en la banquina.

 – Recuerdo – dijo.

Rozó levemente mi cuello con sus manos. Gotas de sudor se deslizaron  entre mis senos. Acercó su boca a mi boca y lamió mis labios con una dulce saliva que olía a tabaco. Sus ojos ataviados con una mezcla de dulzura y temor, me miraron expectantes.

-No temas. Le dije.

-Ya no importa que ella haya estado leyendo a Proust- 


Ana Danich 




lunes, 29 de julio de 2013

YO MUJER


Yo mujer / que tragué  saliva de cien bocas,

piel  naranja cocinada en la brasa hasta el hartazgo /

yo profana / maldita y bendecida / sibarita,

desterrada  desde el día que me abortaron al mundo

con un fierro candente entre mis labios /

aunque el pellejo de mi cuerpo fuese arrancado sin piedad

amaría sin importarme el resultado.

Yo / perra hambrienta  / lamo el azúcar de mi herida,

vampiresa tirana / loca de los escombros,

tartamuda de tu nombre en la quijada.

Yo /  llena de tersuras escondidas  en mi cuerpo /

redondez de limón que ha perdido su substancia /

un sabor amargo, incierto,  pule las arrugas de mi cuello,

un poco demasiado ajado como un lirio bajo el hielo

de este invierno voraz / de este viento que mutila

la cáscara que envuelve  mis huesos mal paridos /

desvestidos y adorados por los hombres de la especie /

eléctrica / rea desalmada / lunática / ave errática. Yo.



Ana Danich (de: Cuerpo de Piedra)






LOS QUE AMAN, ODIAN

Ella nos miraba desde su cama. Su rostro denotaba una profunda mueca de hastío que hacía años veníamos soportando y ya formaba parte de nuestra vida cotidiana, como si su sufrimiento fuera parte de nuestras obligaciones.

Esa mañana, Lilia le pintaba las uñas de los pies con su color preferido; yo, desobedeciendo las órdenes de mamá, le cantaba:
— Tengo una muñeca vestida de azul, con sus zapatitos y su canesú, dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis—, y le besaba uno a uno los dedos de sus manos mientras su mirada recorría cada uno de los gestos que nosotras impostábamos para demostrarle nuestro amor.

Desde hacía mucho tiempo habíamos instalado la mesa de juegos en su habitación, lugar donde nunca se escuchaban voces exaltadas ni la acostumbrada alegría de los niños, ni siquiera nuestras amigas podían entrar. Sólo nuestros pasos retumbaban en el silencio impuesto. Esa era nuestra vida.

—¡Necesita compañía!— decía nuestra madre, en forma de reproche, y nuestras bocas se turbaban, lanzando silenciosos epítetos, a tal punto que se asemejaban a las muecas grotescas de dos brujas camino a la hoguera.

—¡Parece  muerta!— dijo Lilia, y recogió en silencio las fichas de  dominó esparcidas sobre la mesa.

Era domingo y las campanas de la iglesia marcaban las 17.45 en punto. Ya estábamos vestidas para ir a misa, esperando que nuestras amigas tocaran la puerta con un suave toctoc, para escapar de allí corriendo y unirnos con ellas a la fiesta dominical, exhibiendo el velo cuidadosamente tejido por nuestras tías, que luego guardaríamos sin más, en algún bolsillo de nuestras chaquetas.

Partimos, sin pesadumbre, cantando aleluyas y saltando como conejitos sobre la vereda oscurecida por la inminente puesta del sol, hasta llegar a la puerta del convento San Carlos, donde se congregaban los fieles, con sus correspondientes auras, cargadas de pecados.

Esperamos en la puerta de la iglesia hasta que todos entraron y, lejos de las miradas de los mayores que cada tanto controlaban nuestras desmesuras, nos desviamos del camino y fuimos a correr por los pasillos de la parte antigua del monasterio, poblado de penumbras que acechaban desde los ángulos de la edificación franciscana. Allí se encontraba el museo con pertenencias del austero padre de la patria y el cementerio de los curas que alguna vez habían traicionado a los godos.

A mí no me importaban las misas, ya un sacerdote me había convencido de que Dios no existía. Sucedió cuando había ido a confirmarme y al no poder contestar con las respuestas apropiadas, me envió a estudiar catequesis, exclamando que una verdadera cristiana debía tener un fundamento para reafirmar su fe. Dicha humillación no me afligió demasiado, porque ese vocablo había sido borrado del libro de mi vida cuando comprendí que mi hermana jamás podría ser una niña feliz.

Lilia y nuestras amigas decidieron que tampoco les interesaban demasiado los sermones, padrenuestros y avemarías, así que ninguna guardaba remordimientos por las faltas cometidas.

Pasamos la hora correspondiente a la liturgia jugando entre las lápidas de los curas muertos hacía ciento cincuenta años, parodiando el calvario que habían sufrido en ese edificio húmedo y laberíntico, alejados de toda fruición humana, consagrados a los santos y a la abstinencia del cuerpo.

— ¡Por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa!— repetíamos frenéticamente, riendo a carcajadas y arrojando cascotes que caían sobre los sepulcros teñidos por la laca mohosa de tiempo.

Ese espacio era para nosotras…¡el paraíso! Nadie nos controlaba, y podíamos dejar volar nuestra imaginación sin recibir órdenes o imposiciones de los adultos, que reprimían nuestros instintos primarios y coartaban la libertad que difícilmente podíamos experimentar en otras circunstancias.

Rara vez pensamos en nuestra hermana, postrada en su cama. Sólo lo hicimos cuando llegó la hora de regresar a nuestra casa y fue en ese momento cuando sentimos el peso de la carga impuesta desde hacía años en nuestras conciencias. ¿Qué culpa teníamos nosotras que ella padeciera semejante dolor? Si el cuervo que traía mensajes de otro mundo, se había posado sobre su hombro, ¿por qué debíamos pagar nosotras?

Abrimos la puerta de nuestra casa, borrando las huellas de festejo de nuestros rostros, quitándonos la máscara de alegría que  unos minutos antes denotaba la irresponsabilidad de la niñez.

El gato de nuestra vecina, que ella adoraba, pero que nosotras odiábamos, saltó desde las ramas del limonero hasta el tapial y desde allí fue deslizándose entre los muebles hasta la habitación donde ella permanecía inmóvil. Se acomodó a sus pies, impidiéndonos acercarnos y nos miró con ojos desafiantes. Sus colmillos sobresalían amenazantes en la errática penumbra y su cuerpo en posición de ataque simulaba una mancha asesina en la inmaculada blancura de las sábanas.

Retrocedimos asustadas.

La lámpara seguía encendida, reflejando una tenue luz sobre el rostro de nuestra hermana. Su boca entreabierta destilaba una baba que corría por las pálidas grietas de su tez, cuya blancura había aumentado, trastocando la expresión de horas atrás, y sus manos que antes de irnos estaban crispadas, haciendo un nudo tenso con las sábanas, descansaban ahora a un costado, relajadas sobre el lecho. Se escuchaban llantos y plegarias que venían del recóndito abismo de la otra habitación.

Lilia y yo nos miramos sin sorpresa. Susurramos bajito, muy bajito: “Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis”.

Y sonreímos aliviadas.


Ana Danich (de: Veinte cuentos en cuclillas)






martes, 16 de julio de 2013

LA POESÍA


la poesía es subjetiva / dijo /

¿ves el astro?  / preguntó /

quizás sea una naranja sobre el azul / también

puede ser una mandarina que cayó en la fuente,

para los gorriones la fruta es subjetiva / dijo /

mientras bautizan su plumaje / miran sus patas de águila

picotean pausadamente los gajos dorados

el sol bruñido /  una naranja encerada



Ana Danich (de: Contemplación)


lunes, 15 de julio de 2013

CONTEMPLACIÓN DEL PARANÁ

En la pausa que regala el mediodía
monedas de oro vigilan el sendero de los barcos
una garza  aletea en el contorno de los muelles
deja su estela de plumas milagrosas
sacude su pico en el aire y levanta vuelo
hacia el puente que une las ciudades.

Hoy está manso el Paraná
a la deriva pasan camalotes con serpientes de cuellos enjoyados
una rana croa y la quietud de las doce
cae como una antorcha sobre el irupé
aireada ninfa púrpura de los esteros,
una orfandad de flor arrancada de su tierra
que flota en el surco amarronado de las aguas.

Se viene la creciente, grita el canoero
no en vano el sábalo agita sus escamas asustadas.
Yo lo contemplo y creo que el espíritu de Juan
arranca de mis ojos la mirada y la sumerge
en la cavidad del rio que este mediodía
hace burbujear en mi garganta las palabras.

Ana Danich  (de: Contemplación)




jueves, 11 de julio de 2013

Si supieras las serpientes que habitan hoy mi selva / no quisieras estar aquí / no / no / quisieras estar en vuelo rasante allá donde te encuentras /   en las alturas / dónde anida el águila/  lejos de toda rasgadura / porque estamos hermanadas y gritan nuestras vertebras / Quebrada como quilla de un barco  / agito señales incendiarias / que navegan por el rio hasta tu puerto / Estoy aquí / pero estos días / los bruscos ojos regados de cenizas / lloran la falta de opio que consuele /  mi cuerpo que sucumbe en el abismo / clama el abrazo de tu pluma misteriosa / Amiga / riega esa fruta con aguita de tus ojos / no quiero ser desierto de palabras /  ni piedra que ande rodando sin sentido / Ya lo sabes / entre nosotras no existe la distancia / sólo un temblor en las manos del agobio / sin embargo /  miro  la retina de un jaguareté / y te evoco.

a Zulma Liliana Sosa

10 de Junio de 2013

domingo, 30 de junio de 2013

"EL PARANÁ"

Nadie que no haya mojado su pie en este río comprende el profundo significado que tiene para nosotros. El ala temblorosa de la garza cuando levanta vuelo y quiebra el silencio del amanecer.  El costillar de la isla que emerge de sus aguas. La mañana destellando con su música sobre el verde de los Timbó,  Espinillos y  Sauces. El ronroneo de barcos ultramarinos esperando su entrada al puerto. El piar de los cardenales de rojas cabecitas picoteando el oro de la playa. El ulular del viento galopando salvaje en los días tormentosos cuando  una escucha que en su lecho se agita la historia de los huesitos que descansan pegados a su limo. Las gaviotas planeando al ras y el pez que asoma de las aguas sus tristes agallas sentenciadas. Las tardes de verano sentadas mi amiga y yo frente al Paraná, cuando el bullicio de nuestra pequeña ciudad cesaba y las olitas salpicaban nuestras manos, todo era silencio y descanso; el retumbe del remanso,  las vacas y caballos que vivían en la isla, las aves volando hacia sus nidos, la luna que asomaba tímidamente en el firmamento, el misterio de universo que abría su paso en el ocaso. Estamos en permanente diálogo con nuestro río, él nos ha visto madurar, escribir, soñar y vivir cada uno a su manera, el nos mira, nos cobija, nutre cada instante de nuestra vida y cuando llegue la hora será mi cuna, abrazando los cuerpos del olvido.


Ana Danich: (de: Contemplación)



miércoles, 19 de junio de 2013

A UN BENTEVEO

                                                          Yo también vi morir a un pájaro.
                                                                                                 Rubén Plaza

¿qué piensa el benteveo cuando ve el ficus reflejado en la ventana?

¿piensa que es otro universo que se abre detrás de ella?

¿existe uno del otro lado del sol?

¿otros territorios nuevos o viejos, otro horizonte, otro viento entre las hojas?

¿qué piensa el benteveo cuando quiebra su pico contra el vidrio?

mas tarde, un hilo púrpura agita la mañana /

piensa al pájaro que agoniza en la hierba /

su cabeza mutilada /

su sol oscurecido /

limpié su herida con aguita /

dos minutos antes /

su última contracción...


Ana Danich  (de: Contemplación)



domingo, 16 de junio de 2013

JUNIO

Se detiene la callada mañana de Junio

esgrime la lengua su silencio visceral

nada más obstinado que un caballo

pateando el cristal de las ventanas.

El humo evapora en la ceniza

el contorno simulado de la niebla

es otra aquella / la que amaba

ataja su pecho una espada de luz.

Blanca / titila la retina del recuerdo

la brizna se inclina hacia el pasado

al retrato de tu gesto bien amado

cuando éramos dos y yo era niña

y juntábamos mandarinas en el patio.

Y me dirán ahora que es en vano

mirar el árbol que cayó de viejo

si vino el viento al encuentro de la llama

y no hubo lluvia que detuviera la hojarasca.

Y me dirán ahora que es en vano

el transcurrir de días otoñales

siempre llega la fecha / siempre llega

y tiemblan mis manos como ramas,


entre las hojas / el sol de tu mirada.


ANA DANICH (de: Cuerpo de Piedra)

MALDITO JUNIO

Imperceptible cae sobre mí la sotana del atardecer. Maldito Junio que llegas con tu boca hambrienta de cadáveres a saborear los desperdicios de este día. Nadie conoce el instante preciso cuando arrancaste  el útero y lo devoraste como a un conejo negro, ese día de dientes apretados y lengua carcomida por el tiempo, cuando  guardaste en tu congelador los últimos vestigios porque no te conformaste con sorber la última gota inocente. Otra vez estás aquí, golpeando la ventana y mirándome con los ojos del exilio.  Tu gesto invernal hurga los recodos de la casa.  Sabes que falta menos tiempo y que los días se acercan sigilosos como puñales lanzados desde ese lugar que solo nosotros conocemos. Abominable Junio que traes guardado en tu bolsillo el grito silencioso de los huesos y en tus uñas se pudre la tierra del foso que cavaste. Entra y olvidaré que alguna vez robaste los recuerdos de esta casa. Ellas ya no retornarán en las alas de ese ángel que alguna vez lloró la ausencia del amor. La obstinada cerrará los ojos y te dejará hacer, si es que te atreves, si es que puedes. En esta casa no habitan suplicantes.


Ana Danich (de: Cuerpo de Piedra)

ÉL Y YO

Hace quince años compramos a un anticuario

dos preciosas estatuas de ébano Nigerianas

él lucía  un glorioso rostro masculino

en su brazo izquierdo un magnífico escudo

y en el derecho una lanza  de punta dorada,

el pecho de ella un abalorio de piedras coloridas

en su brazo derecho sostenía un niño de  meses

y en la mano izquierda un mortero para moler el trigo.

Las trajimos a casa y cada día las adorábamos

los primeros tres años las colocamos

en una mesita para que lucieran su esplendor

hasta que un día un amigo se incrustó la lanza

entre el esternón y su pulmón fumador

ese día decidimos cambiarlas de lugar

fueron a parar a un rincón del antiguo apartamento

sin querer la mucama las volteó con el plumero

 las estatuas  rodaron  por el suelo hasta quebrarle

 la punta de la lanza y el escudo protector

ella sin su collar africano y con su pie partido.

Entonces decidimos envolverlas en papel de diario

y guardarlas en la parte superior del placard

hoy, buscando uno de los tantos objetos perdidos

abrí las puertas y cayó el envoltorio entre mis manos

atiné a sujetarlo y después de abrirlo recordé su historia.

Ahora están en un rincón del nuevo apartamento

las dos estatuas preciosas de ébano, él sin lanza ni escudo

ella sin collar africano y con  rajadura en el pie.

Es  hora de dormir, estamos sentados en la cama

miramos las estatuas de ébano, recordamos como fueron,

diez minutos antes de apagar la luz.  Él y yo.



Ana Danich    8 de Junio de 2013