SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

lunes, 22 de agosto de 2011

AMIGAS


esa amiga que late en mi interior
desteje amarras, palpita el sueño
de los días juveniles
cuando todo era algarabía
entre los frutales de pies descalzos
y
soñábamos el retoño de un árbol
en los amaneceres veraniegos
con gestos trasnochados
y una luna que huía presurosa
detrás de los candentes sonidos de la noche

esa amiga que teje ilusiones
a treinta pasos que ya no son
entre dos puertas de una misma calle
nuestras palabras fueron creciendo
iban y venían alborozadas
y la niña que dejé de ser
en mi pueblo natal
volvió a jugar en el nido de sus ojos
que acunaban mis tardes solitarias

esa amiga que concibe notas musicales
en el tornasol de su mirada
cuando un colibrí aletea frágil
en la palma de su mano
la mañana en que el rocío
desgrana de las hojas
la magia sutil de sus palabras
mientras
una pava humeante espera
el instante preciso en que el poema
recrea paraísos imaginarios
que el misterio de su decir deja

esas amigas de la vida, esos amores














martes, 16 de agosto de 2011

EL LOCO



A la vuelta de su casa vivía un loco. Nadie se atrevía a pasar por su puerta. Las madres alertaban a los niños, desde muy temprana edad, que no debían mirar la ventana de la planta alta donde se reflejaba su silueta a través de los vitreaux desteñidos por el tiempo.
Los vidrios como una paleta multicolor, impactaban deslucidos y mugrientos por las salpicaduras de los excrementos de vencejos, que anidaban en los aleros una vez al año, atemorizando a los que pasaban por allí, con un sonido agudo, al que comparaban con el grito del diablo.
Un árbol gigantesco se levantaba en el patio delantero. Detrás de él, se erguía oscuro el edificio de arquitectura clásica de principios de siglo, con sus paredes ennegrecidas por el moho que parecía fagocitarlo, década tras década.
 Las ramas se expandían horizontalmente hacia los costados, rozando las ventanas que  siempre estaban cerradas,  ocultando un secreto que nadie alcanzaba a develar.
Al otro lado de la calle había un descampado, que había sido en otras épocas, patio trasero del convento franciscano, ahora abandonado de toda labor humana, se convirtió en un páramo desolado de tierra infértil, rodeado de un muro de ladrillos que dejaban al descubierto el paso del tiempo, y cuya composición arcillosa  fue erosionándose hasta transformarlo en una ruina que se exhibía como monumento histórico.
A lo largo de la acera, entre el muro y la casa se desplegaba una fila de pinos vetustos, traídos del Mediterráneo a fines  del siglo dieciocho. En los atardeceres, éstos reflejaban su sombra sobre la casa, transformando aún más su misteriosa fachada.
El loco vivía con su hermana, algunos decían que la madre era una anciana que nadie pudo conocer jamás, desde joven sufría una enfermedad que la había postrado de por vida y no era más que una sombra que se desvanecía en el devenir del tiempo.
Se contaban historias diversas en los atardeceres de un pueblo que, no teniendo más atractivos que ovillar fantásticas madejas de chismes, iban pasándolos de boca en boca con el fin de satisfacer sus mentes pobladas de aburrimiento.
Lucas presentía que nada de aquello era cierto. Poseía una intuición particular, heredada de su madre, quién lo había educado dentro de un entorno femenino, donde abuela y tías, desde su niñez le habían enseñado a ver el mundo desde otra perspectiva, con ojos sensibles y atento a las señales de un ambiente inundado de matices donde el amor al prójimo era materia obligada.
Julia, su madre, era una trabajadora incansable que en los momentos de ocio, se dedicaba a leer a su hijo un sinnúmero de poemas que había escrito desde joven, intentando evadirse de la vulgaridad que la rodeaba y de la cual no podía escapar de otro modo que transmitiendo a Lucas,  a quién sentía como única pertenencia, toda su vida plasmada en un papel.
Sin embargo, cierto día, se vio obligada a contarle que aquella familia había sufrido una tragedia cuando el padre, (nadie sabía por qué) se había ahorcado, colgándose de una madera que sobresalía del alero, junto a la ventana del loco.

Muchos vieron su cuerpo pendiendo de la soga que se balanceaba en esa mañana ventosa de invierno, a manera de sacrificio humano, como queriendo demostrar una culpa que nadie alcanzó a comprender jamás, negando y borrando del acervo popular, el infausto destino que se había impuesto un hombre al cual todos consideraban de conducta intachable.
A partir de ese día la casa había sufrido una transformación, imposible de explicar. Los que pasaban por el frente sentían que irradiaba una energía negativa que producía temblores musculares  acompañados de un frío intenso que helaba la sangre. Fue en ese entonces que todos pactaron desviar el rumbo para no enfrentarse al miedo que provocaba  su imagen desolada, semejante a una tumba.
Sus habitantes fueron quedándose cada día más solos.
A nadie le importaba su tristeza, ignorados y menospreciados  por la gente, pagando una culpa que no era propia, sentenciados al ostracismo impuesto por el prejuicio pueblerino, fueron convirtiéndose en ermitaños que deambulaban por la casa como fantasmas alegóricos.
Una tarde, cuando el sol se desvanecía en el ocaso, Lucas pensó en el loco. En su soledad forzada, en su vida carente de amor, de amigos con los cuales compartir aventuras, sintió que era injusto no brindarle parte de él, de sus experiencias, de su aprendizaje que lo había transformado en un joven independiente y creativo. Le apenaba suponer que nunca recibió una caricia, un abrazo cálido y amistoso, un beso tierno de mujer enamorada, una carta de amor, un libro prestado o un paseo por el parque arrojando piedras al río.
 Lucas era un ser pensante y por lo tanto le asaltaban dudas, después de meditar durante días su decisión, determinó romper con los escrúpulos que durante años lo habían apremiado, producto de un sociedad aberrante que no perdona a los que presume distintos, personas que lavan sus culpas en la misa dominical, pero que nunca tienden la mano a un desvalido.
Consultó a su madre, que nunca se equivocaba cuando se trataba de comprender los laberintos del alma y alentado por ella decidió ir a conocerlo.
La puerta se abrió pesadamente después de unos minutos. Una mujer de unos cuarenta años, lo miró sorprendida, casi sin  encontrar respuesta a un interrogante que durante largos años y sin quererlo fue guardando en un baúl cuya llave ya se había extraviado.
Portaba una belleza singular, sus manos era finas y delicadas, su rostro pálido, con ojos profundos que irradiaban un azul intenso, iluminaban la oscuridad de la sala, su cabello en forma de rodete se alzaba majestuoso sobre una cabeza firme y esbelta.
-¡He venido a conocer a su hermano!- ; le dijo.
Una mueca de angustia asomó por la comisura de sus labios que temblaron como las alas de un pichón herido.
-¡No pretendo molestar!- dijo Lucas -¡Si quiere, puedo venir otro día!-
 Sus ojos sonrieron con una mirada de resignación, sintiéndose descubierta frente a una verdad ineludible.
-¡Adelante, puede pasar!-; dijo y lo acompaño escaleras arriba hasta la habitación del loco.
Ella abrió la puerta sin golpear, como si fuera la de su corazón y no una de madera con picaporte de bronce.

Lucas entró a la habitación con pasos inseguros, estaba impaciente por conocer a ese muchacho de quién había escuchado contar historias diversas, intrigado por saber la verdad, que percibía, era distinta a la de los cuentos que durante años había escuchado sobre aquél.
 La estancia era amplia y acogedora, las paredes forradas de libros, semejantes a una biblioteca infinita, denotaban que allí otra realidad se escondía tras los muros de la casa, sobre una repisa abundaban los aviones de colección que llamaban la atención por la perfección del ensamble.
 El escritorio se situaba frente a la ventana, sostenía una lámpara cuya luz difusa abarcaba su perímetro, donde se destacaban cuadernos de anotaciones y algunos dibujos realizados con una creatividad sorprendente.
El loco se encontraba de espaldas y al oír la respiración entrecortada de Lucas, giró su cabeza y lo miró dulcemente, como si hubiese estado esperando desde siempre su llegada.
Se levantó de la silla y le dio un abrazo varonil, de esos que  Lucas, no esperaba recibir. Hablaron durante horas, creando una intimidad que difícilmente se logra con aquellos que no tienen una inteligencia exquisita.
Escucharon música, leyeron poemas y rieron juntos con las anécdotas que ese único compañero en el que se había convertido Lucas, le contara,  viviendo la vida de su amigo en tan solo pocas horas.
Antes de irse, le prometió que volvería, le aseguró que sería casi a diario, dependiendo de sus obligaciones.
De regreso a su casa, Lucas se adentro en la memoria de las horas recientes, repasó repetidamente lo vivido, cada rincón de la habitación, todos y cada uno de los detalles. Hasta que se sorprendió  con una imagen que inconcientemente había soslayado, se frenó súbitamente en medio de la vereda y cerro los ojos, deteniendo su recuerdo en una foto que había contemplado sobre el escritorio.
Era la del abuelo de su amigo, qué, como un calco perfecto del rostro del loco, descarnadamente le confesaba la culpa, que nadie, en ese pueblo de impíos, había alcanzado a comprender.


Ana Danich (de: Veinte cuentos en cuclillas)



jueves, 11 de agosto de 2011

¿Somos realidad o posibilidad?

¿somos realidad o posibilidad? en el caso de ser posibilidad, aún anidamos la esperanza de que pueda ser posible otro hombre, y en ese caso, la depresión y el dolor pasarían  a ser una más de las tantas posibilidades que elegimos para saber que estamos aquí todavía y que podemos ser otra cosa más que realidad...por eso la relatividad de la condición humana, que hoy es monstruosa y mañana puede ser superior, si no existiera esa posible pretensión del cambio de carátula de la condición del ser, solo seríamos realidad funesta, de ahí que prefiero pensar que somos ficción... pensemos que todo es posible y que el cosmos representa un orden que nosotros no podremos ni debemos trastocar.


lunes, 8 de agosto de 2011

Diálogos Femeninos


Personajes

EVA del Paraíso
DIOTIMA de Platón
ANTIGONA de Sófocles
JUANA AZURDUY la guerrera
PATTY DIPHUSA de Almodóvar
EMMA Bovary de Flaubert



GERIATRICO DE MUJERES

Se corren las cortinas de la habitación, el sol en plena elevación entra por la ventana.
Las mujeres despiertan sobresaltadas, entre quejidos de disgusto y malhumor.
Una estridente voz suena en la estancia.



PATTY DIPHUSA . -¡A levantarse mujeres! ¡Que la vida es corta para ser dormida!

EMMA . - ¡Déjame permanecer en la oscuridad…! Allí abrigo mis más nobles sueños.

ANTIGONA. - ¿De que sueños hablas? ¿Acaso es en el infierno donde quieres vivir el resto de tu vida?

EMMA. – Solo en las tinieblas encontraré descanso.

JUANA AZURDUY. - ¡Vaya mujer, que eres valiente! Si eres hembra ningún dolor trastocará tu vida, ni la muerte de un hijo, ni la pérdida de un amante, ni siquiera la traición de los que creíste amigos.

EMMA. – No me hables así,  yo mejor que ninguna se de pérdidas.

EVA. – ¿Acaso sabes de la pérdida de la inocencia? Cuando erguí mi mano para probar el fruto del conocimiento, he allí que comprobé cuan trágica sería nuestras vidas, ya que todo saber, así como el deseo, para nosotras está vedado.

PATTY DIPHUSA. - ¡No me vengan con nostalgias! Este bello día de otoño ha sido creado para ser disfrutado. ¡Dejen los recuerdos en el pasado! Que ya la vida nos ha enseñado que del ayer nadie puede vivir. Somos presente, y el aquí y ahora es más valioso que el pasado y el porvenir.

ANTIGONA: - Hablas como aquella que nunca sufrió. ¿De que está compuesta tu sangre? ¿Acaso no sabes que somos la herencia de nuestros antepasados? Solo te importa el vestido que llevas puesto, manchado por una vida lujuriosa y llena de pecados.

EVA. - ¡No me hables de pecados!

JUANA AZURDUY. – Solo recuerda sus pecados la que nunca cumplió con su deber. En los campos de combate, sometida a las bestiales ordenes del poderoso, que no ama su patria y solo ambiciona ser reconocido por el extranjero, yo mujer de poca monta me prometí nunca recordar que alguna vez poseí la blandura de un lecho donde descansar y enjugar mis emociones. ¡Tan solo ese hubiese sido mi pecado! porque solo la patria ocupa mi corazón.                                                                                                                      

EMMA. - ¿Qué es ese sonido de pasos que se acercan sigilosamente por los pasillos de nuestro encierro?
                                                                                                               
ANTIGONA. - ¡Es Diotima, que viene a aclarar nuestros pensamientos!

PATTY DIPHUSA. . – ¡Ah¡  ¡Para sacerdotisas estamos ahora¡ No sabemos como ordenar nuestras vidas, no entendemos el significado del diario vivir y encima ahora, una extraña viene a enseñarnos el arte del diálogo, con palabras que solo los sabios pueden comprender.

EVA. - ¡Calla mujer de poca valía! Solo eres polvo en esta eternidad que te devorará olvidándote por siempre. Tus palabras me enferman, porque no tienen respeto por aquella que ha sido la máxima exponente en cuestiones de amor. Yo que fui creada para amar y a pesar de ello fui y continúo odiada, y por todos acusada  de ceder a la tentación irresistible y al ansia, que me motivó  a  buscar la verdad, fruto del conocimiento;  ¡La venero! porque solo Diotima conoce las videncias de aquello que nos ha sometido y aún así nos ha enaltecido.

DIOTIMA. – Salud hermanas. ¿Acaso ya están peleando desde temprano? ¿Pelean por un ideal tal vez? ¿O simplemente son peleas de mujeres que no conocen del amor?


JUANA AZURDUY: - Yo solo he peleado  por una causa, que es la más noble, aún más que los hijos. ¡Peleé por un ideal de patria! Que me ha llevado la vida, la que entrego sin pedir nada a cambio. Porque solo damos lo que verdaderamente somos, cuando tenemos una patria a quién salvar de la inmisericordia de los cipayos que venden nuestra tierra al extranjero.

DIOTIMA. – Bien dices Juana, solo el amor puede poner la espada en la mano de una mujer para que defienda lo más preciado para ella. Tu valentía desafiando todos los obstáculos se traduce en un amor que no conoce de delicadezas, y sin embargo todo lo has dado cuando desenvainando fuiste a buscar la cabeza del tirano.

EMMA. - ¿De que hablas Diotima? ¿Acaso crees que  matar es una buena acción, aunque se realice para satisfacer a la justicia? Yo espero morir antes que matar, aunque la vil calumnia caiga sobre mi cuerpo que yacerá marchito, nunca mataría, aún por amor. Espero la muerte resignada, pues ella hablará por mí.

PATTY DIPHUSA. –¡ Deja de lamentarte de tus penas, porque errar es parte de la vida¡ Si fuera por eso yo ya hubiera muerto y estaría sumergida en las llamas el infierno. Sin embargo, de nada me arrepiento, porque siempre he dado todo lo que tengo sin importarme el pecado que pudiera cometer.

ANTIGONA. – El único pecado que es pasible  de ser cometido, es no perdonar a quién mal nos ha hecho. Un solo hombre que enceguecido por el poder de su creencia, de vuelta la cara y no sienta piedad por el otro, hará sucumbir toda una estirpe y con la muerte de estos, su nombre y honor. Por eso el amor que profeso y la misericordia con la que actúo son para mí la fuente de toda grandeza, y por ella daré mi vida, aunque para algunos sea en vano.

 DIOTIMA. -¿Pero acaso, creen ustedes que el amor todo lo da? ¿O cuando damos, esperando recibir?

EMMA. – Yo esperé recibir, pero todo me fue negado.
                                                                                                                                                                                                                                          
DIOTIMA. – Todo te fue negado, porque solo esperaste recibir el amor carnal, que todo lo envilece. Si tu espera hubiese sido para conseguir el fin mayor, seguramente ahora no te lamentarías de tus desdichas. ¡ Mujer que solo piensas en los bienes terrenales! Sin comprender que la luz se refugia solo en el pensamiento, en la idea del amor, allí, donde  sucumben todos los cuerpos. 


PATTY DIPHUSA. - ¡Qué sacra Diotima! Crees que sabes todo y sin embargo a mí no me enseñas nada, porque a mí ¡que me van a hablar de amor!, lo he conocido en cada rincón, de cada calle, de cada esquina, en el tugurio más asqueroso plagado de moscas y hedor, viendo a la madre amamantar a su hijo, allí es donde se destaca el verdadero amor y no en vanas palabras que se lleva el viento de los mortales.

EVA. - ¡Blasfemas mujer! ¿Qué sabes del amor, sino un mínimo de lo que ha acontecido en tu vida? En el misterio de los siglos están escritas las palabras que nos legó nuestro padre, poseedor de toda la sabiduría, aunque tirano de nuestras vidas.

ANTIGONA. - ¿De cual de todos los padres hablas? Yo he tendido padres que solo me han legado el infortunio. Fruto del error fui concebida, y llevo en mi sangre el estigma de un pasado que no debería ser relatado por humanos. Sin embargo sentí piedad en el momento justo, cuando mi alma me dictaba la orden suprema del perdón fraterno y fue así como en un acto olvidado por los hombres, fui capaz de realizar la obra para la que estaba destinada.

DIOTIMA. - ¿Pero esperabas recibir algo a cambio?

ANTIGONA. - ¡Nada! Solo el consuelo de saber que había cumplido mi deber. Porque ¿para que hemos nacido las mujeres, si no es para sembrar con nuestros actos benévolos una tierra que estaría marchita por las decisiones de los hombres, qué en su ambición desmedida y movidos por actos impiadosos, destruyen todo a su paso, dejando como herencia un páramo de tierra desolada?

LAS OTRAS. - ¡Conocemos de esos acto Antífona! ¡Te veneramos hermana!