SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

martes, 6 de diciembre de 2011

A LAS 8

A las 8 de la mañana llegó a la oficina maldiciendo el tránsito infernal de ese día que le había robado los diez minutos para bajar del auto a comprar el imprescindible atado de cigarrillos.
Introdujo la llave en la cerradura, le pegó un puntapié al extremo inferior derecho, la puerta cedió con un ruido metálico de herrajes vencidos.
Colgó el saco en el respaldar de la silla y buscó un cigarrillo tal vez olvidado en el bolsillo interior, hurgó hasta en el más pequeño. Ninguno. Abrió los cajones del escritorio escrudiñando debajo de los pagarés vencidos algún resto guardado a propósito. Tanteó  entre los archivos adosados a la pared, vació el botiquín del baño, los frascos cayeron sobre el piso derramando sus líquidos pegajosos, el pantalón quedó manchado con el tinte verdoso que se deslizaba como gusanos reptando silenciosamente, trastabillando caminó a la cocina; avanzó  hacia la alacena; abrió las puertas, un olor fétido le surco el olfato, retrocedió asqueado resbalando contra el ángulo medio de la pared. Tenía la nuca mojada por la ansiedad y una acentuada crispación en los labios. Se aproximó a la ventana para disminuir la exaltación, el aire viciado estalló en su rostro y lo hizo retroceder varios pasos hasta tropezar con una mesita olvidada en un rincón. Constaba de un cajón diminuto cerrado con llave, intentó abrirlo sin conseguirlo y en un arrebato la arrojó contra la pared, inútilmente porque la mesita era de roble macizo con un mecanismo que hacía imposible la rotura. Retrocedió al pasado para memorizar dónde la había guardado. Recordó que su madre escondía las llaves dentro de una bolsa que colocaba en el extremo superior del placard; las mismas que utilizaba para cerrar su habitación cuándo recibía alguna visita; las mismas que anulaban toda posibilidad de escape; las mismas que ella ostentaba como un trofeo, símbolo de su poder. La bilis subió por su esófago como una araña ácida de patas filosas que trepaba desgarrando la cavidad herida, rasgaba y rasgaba la garganta intentando salir, se retorcía entre la glotis y la raíz de la lengua en un vano intento de ser vomitada, la nausea le hizo borbotear unas lágrimas que se enjugó con la manga de la camisa empapada en sudor. El botón de la camisa le había lastimado uno de los ojos que había cerrado por el dolor, el otro apenas podía divisar los muebles en la penumbra de la habitación, el sol se colaba tenuemente por la ventana, sea acercó nuevamente y asomó su cabeza sobre el marco, el sopor gaseoso de la calle inundó sus pulmones, otra vez la nausea, otra vez esa sensación de vomito que no lo dejaba pensar, escupió hacia la calle en un acto de desmesura, el vomito se volvió  incontrolable, la carencia de nicotina convulsionaba su cerebro, su cuerpo se contrajo; intentó asirse del marco; no puedo; gritó; abismó en el abismo de fauces hambrienta. Vértigo saciando su desenfreno en la caída y al fin, en la calle, la marea humana como moscas negras que proliferaban sobre la mancha roja, simularon la puerta sin llave que se abrió para salvarlo de su encierro…Definitivamente.

Ana Danich (de: Veinte cuentos en cuclillas)




jueves, 17 de noviembre de 2011

"HISTORIA DE GATOS"



Lo conoció el día que el viejo decidió morir con la boca abierta y los ojos enfocados hacia las estrellas, como si el cielo fuera su destino.
- ¡Gato! ¡gatito! -, susurro  con voz tenue, sorprendida por su aparición nocturna. A través de la ventana, sus ojos color miel parecían dos lunas  siamesas brillando en la oscuridad de la noche. Detrás de su figura, la arboleda silenciosa delineaba sus contornos confundiéndolos entre las ramas silvestres de la enredadera, poseedora del muro lindero.
Las terrazas del vecindario formaban un laberinto de techos y paredes mal construidas. Por esos muros serpenteaba cada noche husmeando los recodos deshabitados, en busca de un rincón para dormir acurrucado.
Había quedado huérfano de dueño el día que el viejo murió sin avisar a nadie y en su desamparo elegía cualquier lugar  para rumiar su soledad.
Era negro y su pelo color azabache no dejaba estelas de luz, solo sus ojos de un amarillo tornasolado brillaban en la oscuridad nocturna, igual que las escamas de peces moribundos sobre las milenarias aguas de un lago olvidado.
Durante incontables días lo vio deslizarse por las terrazas linderas. Ella escuchaba su maullido taciturno al otro lado de las paredes de su encierro invernal. Lo oía cadencioso, como un alma errante que peregrina sin sosiego  sobre el latido silencioso de la noche.
Su paso,  en un  salto majestuoso, dejaba marcadas en el muro las huellas de siglos de libertad, cuando vagaba por las praderas a la caza del animal debilitado que saciara sus fauces hambrientas. Esos rastros se habían ido perdiendo en la oscura trama de la domesticación, cuando la indocilidad se había convertido en un arma poco efectiva a la que tuvo que ir cediendo a cambio de la comodidad entregada por los que mueren sin dar aviso.

Sus amigas le dijeron –tener un gato en la casa transmite energías positivas-

Ella lo pensó durante varios días, fue meditando lentamente la idea, como se mastica una decisión que  cambiaría definitivamente su vida. Por las noches lo soñaba y ya no lograba diferenciar la realidad cotidiana del sueño nocturno. En ese instante que precede al entresueño, imaginaba su grácil figura que se deslizaba en las penumbras de la casa y la observaba con sus ojos salpicados de luz, que irisaban la habitación desde lo alto del placard. Otras veces,  sobre el aparador desvencijado o  en el recodo de la escalera entre los libros cubiertos de polvo,  abandonados por la mano materna. Una mañana dentro de la cómoda herencia de sus abuelos donde años atrás otros gatos jugaron el juego misterioso del amor felino.


Recordó aquel otro gato salvaje al que siendo niña alguna vez maulló para atraerlo hacia el interior de su casa, era amarillo y pequeño cuando lo encontró en la fábrica de cartón abandonada años atrás. El gato se resistía a ser domesticado y el maullido solo surtió efecto durante unas horas, hasta que ella desistió y lo dejó partir, recordando su ronroneo que durante años no la abandonó.
Los gatos se resisten, le dijo alguna vez su tía que era sabia en cuestiones de liberar ataduras.
El tiempo invernal pasó y llegó la primavera con sus manos surtidas de fragancias y trinos de aves. 
Las ventanas de la casa se abrían de noche para dejar entrar el aire cálido de un verano incipiente. Notó que ya no maullaba, solo miraba desde lejos, subido en la claraboya de la casa lindera, con ojos curiosos y anhelantes. Su cuerpo estilizado, simulando una pantera al acecho, contorneaba la cola en posición felina, agazapado a la espera de un salto que lo volviera invisible en el remolino de hojas de la casa de al lado, desde hacía mucho tiempo deshabitada. Allí se guarecía cuando llovía, entraba y salía por una puerta semiabierta que dejaron después de la mudanza aquellos que habían vivido fugazmente, sin dejar recuerdos.  
Desde el patio trasero trepaba por las medianeras, un día hacía la izquierda, camino obligado hacía su antiguo hogar, donde esperaba encontrar al viejo que ya no respondía a su llamado, otro, hacía los árboles añosos que decoraban la cortada con nombre de prócer, y daba un brinco hacia la acera esperando que alguna vecina lo alimentara, en un acto de piedad, casi desconocida en esos lares.
Hasta que un día, la casa vecina se llenó de ruidos extraños, de pasos que retumbaban en los espacios vacíos. Risas y murmullos de niños alborotados  recorrían los pasillos y habitaciones haciendo campanear sus voces que repiqueteaban como un eco ensordecedor los nombres de los nuevos habitantes.
 Lo vio trepar en un salto desesperado, imaginando su futuro, nuevamente incierto.  Brincaba de techo en techo despojado de sus pertenencias, las que había ganado durante tantos meses, buscando un lugar donde descansar. Y volvió a maullar durante incontables noches, en cada madrugada de desasosiego.
De vez en cuando aparecía, tímido y cauteloso, escondido entre las ramas de un paraíso lindero. Ella lo descubría agazapado entre el follaje y recordando la imágenes del pasado, imitaba un  maullido detrás de una puerta intentando consolarlo, lo invitaba a entrar tentándolo con comida y agua, y así fue que arribó  a la casa, suavemente, casi imperceptible, con un salto silencioso entre las rejas de la ventana.
No fue fácil conquistarlo, era reacio al contacto humano, como si el abandono lo hubiese convencido que era mejor no pactar algún convenio con esa mujer de mirada lejana.
Su maullido era único. Cada acorde era una palabra, un significado que atravesaba el aire. Hablaba en el maullido, soñaba y cantaba con melodías extrañas, dejaba su lenguaje gatuno colgado de cada cuadro, latiendo entre los muebles vetustos, las paredes y pisos de la estancia.
 Así pasó a formar parte de ella. Con su paso cadencioso subía y bajaba las escaleras, trepaba la mesada para sorber el agua que bullía refrescante desde la canilla abierta a propósito, y de allí en un salto, a la alacena donde la observaba con mirada impasible.
Por la noche descansaba en el ángulo derecho de la cama, sobre la manta deslucida por el sol de agobiantes veranos, el gato entrecerraba los ojos con un suspiro ronroneante, mientras ella ojeaba uno de los libros que leía sin poder concentrarse. Varias veces lo miró cuando él agitaba su cola dejando una estela oscura en el aire estival que se colaba por la ventana, hasta que en su magnífica extensión ocupaba parte de la cama, rozando levemente  su  cuerpo que parecía atraerlo por la delicada fragancia que dejaba su sudor almizclado.
En la desnudez del verano, cuando el agobiante calor golpeaba sin respuesta las paredes de la casa, lo vio dar un brinco sobre la cama donde ella descansaba extenuada, lamió el contorno de sus piernas y el leve ronroneo fue subiendo por su cuerpo fatigado hasta la comisura de sus labios, olió su cuello húmedo, su orejas y su boca, su mirada incandescente atravesó sus ojos, el liviano cuerpo apenas rozaba el de ella, como una pluma que caía suavemente movida por la brisa de un verano que avecinaba una tormenta. Le ronroneó al oído con una melodía que  ella había comenzado a comprender desde mucho tiempo atrás.
Esa mañana despertó sobresaltada, contempló fascinada  su propia piel que emulaba las sedas del oriente, las sábanas tenían un leve tinte amarillo, minúsculas pelusas negras y doradas se esparcían por el aire. Saltó directo hacía el   baño, y frente al espejo observó que sus orejas se habían elevado hacía la parte superior de la cabeza, largos y erectos bigotes se esparcían en sus mejillas sobre dos colmillos color marfil que sobresalían entre sus antiguos labios, ojos inmensos color café acicalados para las noches, cuerpo elástico y cuatro patas con pezuñas retraídas se reflejaban en el espejo encantado. Y en un vertiginoso giro, trepó a la cama donde la esperaba yaciendo entre las sábanas revueltas, aquel cuerpo de terciopelo negro, ojos anhelantes y un maullido que le susurraba con la cadencia ansiosa del amor, la promesa de un mundo nunca antes conocido…

Amd.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Abismo

La incertidumbre araña con sus uñas los despojos,
fragmentos in/acabados del ser que abisma en la nada,
corroe...corroe... ácido letal que fluye en los espacios
del conocimiento
                           corroe al desprotegido
                           corroe al desprevenido
                           corroe al ignorante
                           corroe al petulante

corroe el narciso de pétalos hastiados
el ego no se conforma en la práctica
                           el ego
solo sabe fabricar
                          máscaras...

amd

Relojes

Las agujas tiranas del reloj
señalan que el plazo ha vencido,
mis párpados se resquebrajan
                                        lentamente

Aprendí a conocer el sentido
implacable de la vida
en estas horas de silencio

Agoniza la tarde sobre las anchas
veredas del crepúsculo,
la luz póstuma del sol
languidece imperceptible

Afuera el torbellino
recorre las sombras de la tarde,
el viento galopa inquieto
                                   buscándote

El viento me traerá tu voz
en el murmullo lejano
que araña mi piel sin
                            tregua

Consumirme en la hoguera
de vívidos momentos
imaginando tu presencia,
obstinada entrega
que no logré brindarte

Soledad y agonía
que no supe quitarte
cuando tu clamor por mí
ahorcó
mis ansias desmedidas...

amd

martes, 27 de septiembre de 2011

¿la nada es parte de Dios?

La nada puede ser nombrada a partir de la angustia del hombre, porque se le debía poner un nombre al vacío existencial que sentimos, pero no puede ser pensada, porque es inexistente, todo depende desde que punto de vista se mire, científicamente, ontológicamente y hasta desde un punto de vista religioso. Heidegger o Sartre, por ejemplo le daban entidad a la nada, pensamiento que fue tomado como una falacia. Parménides decía que no se debía hablar de la nada porque al no-ser, no existía y por lo tanto no se podía pensar en ella. En las religiones orientales es el vacío de la mente. Los científicos matemáticos también tienen sus teorías para demostrar que la nada es inexistente y por lo tanto a mi modo de ver no puede ser pensada, si no,  cuándo alguien pregunta ¿que te pasa? y el otro te dice "nada", ese otro no puede explicar que es esa "nada" y eso pasa porque no la puede pensar ya que representa la inexistencia de un objeto. 
Volviendo a si la nada es parte de Dios, los cristianos dicen que Dios nació de la nada y que toda materia también nació de ella, cosa que para mí es improbable, por eso soy atea, pero asumo que no se puede ir contra el pensamiento imperante de la sociedad que cree en Dios, y aquí estoy hablando de creencia y no de existencia, asunto que no tiene que ver con lo mencionado sobre la nada, por eso dije que todos creemos en Dios a pesar de negarlo, es una cuestión cultural y de supervivencia humana, necesitamos creer en una entidad suprema y divina y por eso la pensamos. Esta es mi idea, aunque estoy casi segura que no es la correcta…¡soy nada!


Ana Danich

Abstinencia


Dos palomas juguetean en el alfeizar de mi ventana, detrás del marco, el cielo gris, como una bóveda plomiza lastimada por los cables que zumban en los intersticios citadinos de una orbe decadente, hiere la mirada perdida en el horizonte, el desconcierto de la tarde sacude la hora en que siento que ya nada es importante, ¿ya nada importa? ¿o es  la gota diaria de tristeza  la que destella allí donde habita el dolor? cae otra gota y otra y otra...¿cuál de ellas sucumbirá en el nudo tejido de la espera? afuera el viento es un torbellino de prisa y angustia contenida, siluetas que se mueven autómatas en la marea humana del descontento, ¡todo es vanidad! , maquillaje de rostros sin lamento, somos una larga espera sometida al devenir de un tiempo que nos amortaja lentamente; ¿somos?
amd

miércoles, 21 de septiembre de 2011


Se nace poeta, el niño ya lo es cuando comienza a tener pensamientos abstractos, la imaginación, el asombro, el misterio, los enigmas, las preguntas, todo por descubrir hacen de él: "poeta", ¿alguna vez observaron a un niño con la mirada perdida en el horizonte? desde entonces está tejiendo el poema, desde su inocencia primera ya nos enseña cómo y dónde debemos buscar... sin embargo, son los adultos con sus prejuicios y temores quiénes los distraen de su afán y por ese motivo la mayoría no logra encontrar la palabra poblada de significados y significantes. Sin embargo, existimos nosotros, los rebeldes, los que no fuimos vencidos ni domesticados o tuvimos padres que nos alentaron a seguir explorando el mundo de las emociones. Zambullirnos en el mar como sirenas, con cánticos celestiales que embrujen al desprevenido navegante...Somos transgresores...¡somos poetas!



Ana Danich

lunes, 22 de agosto de 2011

AMIGAS


esa amiga que late en mi interior
desteje amarras, palpita el sueño
de los días juveniles
cuando todo era algarabía
entre los frutales de pies descalzos
y
soñábamos el retoño de un árbol
en los amaneceres veraniegos
con gestos trasnochados
y una luna que huía presurosa
detrás de los candentes sonidos de la noche

esa amiga que teje ilusiones
a treinta pasos que ya no son
entre dos puertas de una misma calle
nuestras palabras fueron creciendo
iban y venían alborozadas
y la niña que dejé de ser
en mi pueblo natal
volvió a jugar en el nido de sus ojos
que acunaban mis tardes solitarias

esa amiga que concibe notas musicales
en el tornasol de su mirada
cuando un colibrí aletea frágil
en la palma de su mano
la mañana en que el rocío
desgrana de las hojas
la magia sutil de sus palabras
mientras
una pava humeante espera
el instante preciso en que el poema
recrea paraísos imaginarios
que el misterio de su decir deja

esas amigas de la vida, esos amores














martes, 16 de agosto de 2011

EL LOCO



A la vuelta de su casa vivía un loco. Nadie se atrevía a pasar por su puerta. Las madres alertaban a los niños, desde muy temprana edad, que no debían mirar la ventana de la planta alta donde se reflejaba su silueta a través de los vitreaux desteñidos por el tiempo.
Los vidrios como una paleta multicolor, impactaban deslucidos y mugrientos por las salpicaduras de los excrementos de vencejos, que anidaban en los aleros una vez al año, atemorizando a los que pasaban por allí, con un sonido agudo, al que comparaban con el grito del diablo.
Un árbol gigantesco se levantaba en el patio delantero. Detrás de él, se erguía oscuro el edificio de arquitectura clásica de principios de siglo, con sus paredes ennegrecidas por el moho que parecía fagocitarlo, década tras década.
 Las ramas se expandían horizontalmente hacia los costados, rozando las ventanas que  siempre estaban cerradas,  ocultando un secreto que nadie alcanzaba a develar.
Al otro lado de la calle había un descampado, que había sido en otras épocas, patio trasero del convento franciscano, ahora abandonado de toda labor humana, se convirtió en un páramo desolado de tierra infértil, rodeado de un muro de ladrillos que dejaban al descubierto el paso del tiempo, y cuya composición arcillosa  fue erosionándose hasta transformarlo en una ruina que se exhibía como monumento histórico.
A lo largo de la acera, entre el muro y la casa se desplegaba una fila de pinos vetustos, traídos del Mediterráneo a fines  del siglo dieciocho. En los atardeceres, éstos reflejaban su sombra sobre la casa, transformando aún más su misteriosa fachada.
El loco vivía con su hermana, algunos decían que la madre era una anciana que nadie pudo conocer jamás, desde joven sufría una enfermedad que la había postrado de por vida y no era más que una sombra que se desvanecía en el devenir del tiempo.
Se contaban historias diversas en los atardeceres de un pueblo que, no teniendo más atractivos que ovillar fantásticas madejas de chismes, iban pasándolos de boca en boca con el fin de satisfacer sus mentes pobladas de aburrimiento.
Lucas presentía que nada de aquello era cierto. Poseía una intuición particular, heredada de su madre, quién lo había educado dentro de un entorno femenino, donde abuela y tías, desde su niñez le habían enseñado a ver el mundo desde otra perspectiva, con ojos sensibles y atento a las señales de un ambiente inundado de matices donde el amor al prójimo era materia obligada.
Julia, su madre, era una trabajadora incansable que en los momentos de ocio, se dedicaba a leer a su hijo un sinnúmero de poemas que había escrito desde joven, intentando evadirse de la vulgaridad que la rodeaba y de la cual no podía escapar de otro modo que transmitiendo a Lucas,  a quién sentía como única pertenencia, toda su vida plasmada en un papel.
Sin embargo, cierto día, se vio obligada a contarle que aquella familia había sufrido una tragedia cuando el padre, (nadie sabía por qué) se había ahorcado, colgándose de una madera que sobresalía del alero, junto a la ventana del loco.

Muchos vieron su cuerpo pendiendo de la soga que se balanceaba en esa mañana ventosa de invierno, a manera de sacrificio humano, como queriendo demostrar una culpa que nadie alcanzó a comprender jamás, negando y borrando del acervo popular, el infausto destino que se había impuesto un hombre al cual todos consideraban de conducta intachable.
A partir de ese día la casa había sufrido una transformación, imposible de explicar. Los que pasaban por el frente sentían que irradiaba una energía negativa que producía temblores musculares  acompañados de un frío intenso que helaba la sangre. Fue en ese entonces que todos pactaron desviar el rumbo para no enfrentarse al miedo que provocaba  su imagen desolada, semejante a una tumba.
Sus habitantes fueron quedándose cada día más solos.
A nadie le importaba su tristeza, ignorados y menospreciados  por la gente, pagando una culpa que no era propia, sentenciados al ostracismo impuesto por el prejuicio pueblerino, fueron convirtiéndose en ermitaños que deambulaban por la casa como fantasmas alegóricos.
Una tarde, cuando el sol se desvanecía en el ocaso, Lucas pensó en el loco. En su soledad forzada, en su vida carente de amor, de amigos con los cuales compartir aventuras, sintió que era injusto no brindarle parte de él, de sus experiencias, de su aprendizaje que lo había transformado en un joven independiente y creativo. Le apenaba suponer que nunca recibió una caricia, un abrazo cálido y amistoso, un beso tierno de mujer enamorada, una carta de amor, un libro prestado o un paseo por el parque arrojando piedras al río.
 Lucas era un ser pensante y por lo tanto le asaltaban dudas, después de meditar durante días su decisión, determinó romper con los escrúpulos que durante años lo habían apremiado, producto de un sociedad aberrante que no perdona a los que presume distintos, personas que lavan sus culpas en la misa dominical, pero que nunca tienden la mano a un desvalido.
Consultó a su madre, que nunca se equivocaba cuando se trataba de comprender los laberintos del alma y alentado por ella decidió ir a conocerlo.
La puerta se abrió pesadamente después de unos minutos. Una mujer de unos cuarenta años, lo miró sorprendida, casi sin  encontrar respuesta a un interrogante que durante largos años y sin quererlo fue guardando en un baúl cuya llave ya se había extraviado.
Portaba una belleza singular, sus manos era finas y delicadas, su rostro pálido, con ojos profundos que irradiaban un azul intenso, iluminaban la oscuridad de la sala, su cabello en forma de rodete se alzaba majestuoso sobre una cabeza firme y esbelta.
-¡He venido a conocer a su hermano!- ; le dijo.
Una mueca de angustia asomó por la comisura de sus labios que temblaron como las alas de un pichón herido.
-¡No pretendo molestar!- dijo Lucas -¡Si quiere, puedo venir otro día!-
 Sus ojos sonrieron con una mirada de resignación, sintiéndose descubierta frente a una verdad ineludible.
-¡Adelante, puede pasar!-; dijo y lo acompaño escaleras arriba hasta la habitación del loco.
Ella abrió la puerta sin golpear, como si fuera la de su corazón y no una de madera con picaporte de bronce.

Lucas entró a la habitación con pasos inseguros, estaba impaciente por conocer a ese muchacho de quién había escuchado contar historias diversas, intrigado por saber la verdad, que percibía, era distinta a la de los cuentos que durante años había escuchado sobre aquél.
 La estancia era amplia y acogedora, las paredes forradas de libros, semejantes a una biblioteca infinita, denotaban que allí otra realidad se escondía tras los muros de la casa, sobre una repisa abundaban los aviones de colección que llamaban la atención por la perfección del ensamble.
 El escritorio se situaba frente a la ventana, sostenía una lámpara cuya luz difusa abarcaba su perímetro, donde se destacaban cuadernos de anotaciones y algunos dibujos realizados con una creatividad sorprendente.
El loco se encontraba de espaldas y al oír la respiración entrecortada de Lucas, giró su cabeza y lo miró dulcemente, como si hubiese estado esperando desde siempre su llegada.
Se levantó de la silla y le dio un abrazo varonil, de esos que  Lucas, no esperaba recibir. Hablaron durante horas, creando una intimidad que difícilmente se logra con aquellos que no tienen una inteligencia exquisita.
Escucharon música, leyeron poemas y rieron juntos con las anécdotas que ese único compañero en el que se había convertido Lucas, le contara,  viviendo la vida de su amigo en tan solo pocas horas.
Antes de irse, le prometió que volvería, le aseguró que sería casi a diario, dependiendo de sus obligaciones.
De regreso a su casa, Lucas se adentro en la memoria de las horas recientes, repasó repetidamente lo vivido, cada rincón de la habitación, todos y cada uno de los detalles. Hasta que se sorprendió  con una imagen que inconcientemente había soslayado, se frenó súbitamente en medio de la vereda y cerro los ojos, deteniendo su recuerdo en una foto que había contemplado sobre el escritorio.
Era la del abuelo de su amigo, qué, como un calco perfecto del rostro del loco, descarnadamente le confesaba la culpa, que nadie, en ese pueblo de impíos, había alcanzado a comprender.


Ana Danich (de: Veinte cuentos en cuclillas)



jueves, 11 de agosto de 2011

¿Somos realidad o posibilidad?

¿somos realidad o posibilidad? en el caso de ser posibilidad, aún anidamos la esperanza de que pueda ser posible otro hombre, y en ese caso, la depresión y el dolor pasarían  a ser una más de las tantas posibilidades que elegimos para saber que estamos aquí todavía y que podemos ser otra cosa más que realidad...por eso la relatividad de la condición humana, que hoy es monstruosa y mañana puede ser superior, si no existiera esa posible pretensión del cambio de carátula de la condición del ser, solo seríamos realidad funesta, de ahí que prefiero pensar que somos ficción... pensemos que todo es posible y que el cosmos representa un orden que nosotros no podremos ni debemos trastocar.


lunes, 8 de agosto de 2011

Diálogos Femeninos


Personajes

EVA del Paraíso
DIOTIMA de Platón
ANTIGONA de Sófocles
JUANA AZURDUY la guerrera
PATTY DIPHUSA de Almodóvar
EMMA Bovary de Flaubert



GERIATRICO DE MUJERES

Se corren las cortinas de la habitación, el sol en plena elevación entra por la ventana.
Las mujeres despiertan sobresaltadas, entre quejidos de disgusto y malhumor.
Una estridente voz suena en la estancia.



PATTY DIPHUSA . -¡A levantarse mujeres! ¡Que la vida es corta para ser dormida!

EMMA . - ¡Déjame permanecer en la oscuridad…! Allí abrigo mis más nobles sueños.

ANTIGONA. - ¿De que sueños hablas? ¿Acaso es en el infierno donde quieres vivir el resto de tu vida?

EMMA. – Solo en las tinieblas encontraré descanso.

JUANA AZURDUY. - ¡Vaya mujer, que eres valiente! Si eres hembra ningún dolor trastocará tu vida, ni la muerte de un hijo, ni la pérdida de un amante, ni siquiera la traición de los que creíste amigos.

EMMA. – No me hables así,  yo mejor que ninguna se de pérdidas.

EVA. – ¿Acaso sabes de la pérdida de la inocencia? Cuando erguí mi mano para probar el fruto del conocimiento, he allí que comprobé cuan trágica sería nuestras vidas, ya que todo saber, así como el deseo, para nosotras está vedado.

PATTY DIPHUSA. - ¡No me vengan con nostalgias! Este bello día de otoño ha sido creado para ser disfrutado. ¡Dejen los recuerdos en el pasado! Que ya la vida nos ha enseñado que del ayer nadie puede vivir. Somos presente, y el aquí y ahora es más valioso que el pasado y el porvenir.

ANTIGONA: - Hablas como aquella que nunca sufrió. ¿De que está compuesta tu sangre? ¿Acaso no sabes que somos la herencia de nuestros antepasados? Solo te importa el vestido que llevas puesto, manchado por una vida lujuriosa y llena de pecados.

EVA. - ¡No me hables de pecados!

JUANA AZURDUY. – Solo recuerda sus pecados la que nunca cumplió con su deber. En los campos de combate, sometida a las bestiales ordenes del poderoso, que no ama su patria y solo ambiciona ser reconocido por el extranjero, yo mujer de poca monta me prometí nunca recordar que alguna vez poseí la blandura de un lecho donde descansar y enjugar mis emociones. ¡Tan solo ese hubiese sido mi pecado! porque solo la patria ocupa mi corazón.                                                                                                                      

EMMA. - ¿Qué es ese sonido de pasos que se acercan sigilosamente por los pasillos de nuestro encierro?
                                                                                                               
ANTIGONA. - ¡Es Diotima, que viene a aclarar nuestros pensamientos!

PATTY DIPHUSA. . – ¡Ah¡  ¡Para sacerdotisas estamos ahora¡ No sabemos como ordenar nuestras vidas, no entendemos el significado del diario vivir y encima ahora, una extraña viene a enseñarnos el arte del diálogo, con palabras que solo los sabios pueden comprender.

EVA. - ¡Calla mujer de poca valía! Solo eres polvo en esta eternidad que te devorará olvidándote por siempre. Tus palabras me enferman, porque no tienen respeto por aquella que ha sido la máxima exponente en cuestiones de amor. Yo que fui creada para amar y a pesar de ello fui y continúo odiada, y por todos acusada  de ceder a la tentación irresistible y al ansia, que me motivó  a  buscar la verdad, fruto del conocimiento;  ¡La venero! porque solo Diotima conoce las videncias de aquello que nos ha sometido y aún así nos ha enaltecido.

DIOTIMA. – Salud hermanas. ¿Acaso ya están peleando desde temprano? ¿Pelean por un ideal tal vez? ¿O simplemente son peleas de mujeres que no conocen del amor?


JUANA AZURDUY: - Yo solo he peleado  por una causa, que es la más noble, aún más que los hijos. ¡Peleé por un ideal de patria! Que me ha llevado la vida, la que entrego sin pedir nada a cambio. Porque solo damos lo que verdaderamente somos, cuando tenemos una patria a quién salvar de la inmisericordia de los cipayos que venden nuestra tierra al extranjero.

DIOTIMA. – Bien dices Juana, solo el amor puede poner la espada en la mano de una mujer para que defienda lo más preciado para ella. Tu valentía desafiando todos los obstáculos se traduce en un amor que no conoce de delicadezas, y sin embargo todo lo has dado cuando desenvainando fuiste a buscar la cabeza del tirano.

EMMA. - ¿De que hablas Diotima? ¿Acaso crees que  matar es una buena acción, aunque se realice para satisfacer a la justicia? Yo espero morir antes que matar, aunque la vil calumnia caiga sobre mi cuerpo que yacerá marchito, nunca mataría, aún por amor. Espero la muerte resignada, pues ella hablará por mí.

PATTY DIPHUSA. –¡ Deja de lamentarte de tus penas, porque errar es parte de la vida¡ Si fuera por eso yo ya hubiera muerto y estaría sumergida en las llamas el infierno. Sin embargo, de nada me arrepiento, porque siempre he dado todo lo que tengo sin importarme el pecado que pudiera cometer.

ANTIGONA. – El único pecado que es pasible  de ser cometido, es no perdonar a quién mal nos ha hecho. Un solo hombre que enceguecido por el poder de su creencia, de vuelta la cara y no sienta piedad por el otro, hará sucumbir toda una estirpe y con la muerte de estos, su nombre y honor. Por eso el amor que profeso y la misericordia con la que actúo son para mí la fuente de toda grandeza, y por ella daré mi vida, aunque para algunos sea en vano.

 DIOTIMA. -¿Pero acaso, creen ustedes que el amor todo lo da? ¿O cuando damos, esperando recibir?

EMMA. – Yo esperé recibir, pero todo me fue negado.
                                                                                                                                                                                                                                          
DIOTIMA. – Todo te fue negado, porque solo esperaste recibir el amor carnal, que todo lo envilece. Si tu espera hubiese sido para conseguir el fin mayor, seguramente ahora no te lamentarías de tus desdichas. ¡ Mujer que solo piensas en los bienes terrenales! Sin comprender que la luz se refugia solo en el pensamiento, en la idea del amor, allí, donde  sucumben todos los cuerpos. 


PATTY DIPHUSA. - ¡Qué sacra Diotima! Crees que sabes todo y sin embargo a mí no me enseñas nada, porque a mí ¡que me van a hablar de amor!, lo he conocido en cada rincón, de cada calle, de cada esquina, en el tugurio más asqueroso plagado de moscas y hedor, viendo a la madre amamantar a su hijo, allí es donde se destaca el verdadero amor y no en vanas palabras que se lleva el viento de los mortales.

EVA. - ¡Blasfemas mujer! ¿Qué sabes del amor, sino un mínimo de lo que ha acontecido en tu vida? En el misterio de los siglos están escritas las palabras que nos legó nuestro padre, poseedor de toda la sabiduría, aunque tirano de nuestras vidas.

ANTIGONA. - ¿De cual de todos los padres hablas? Yo he tendido padres que solo me han legado el infortunio. Fruto del error fui concebida, y llevo en mi sangre el estigma de un pasado que no debería ser relatado por humanos. Sin embargo sentí piedad en el momento justo, cuando mi alma me dictaba la orden suprema del perdón fraterno y fue así como en un acto olvidado por los hombres, fui capaz de realizar la obra para la que estaba destinada.

DIOTIMA. - ¿Pero esperabas recibir algo a cambio?

ANTIGONA. - ¡Nada! Solo el consuelo de saber que había cumplido mi deber. Porque ¿para que hemos nacido las mujeres, si no es para sembrar con nuestros actos benévolos una tierra que estaría marchita por las decisiones de los hombres, qué en su ambición desmedida y movidos por actos impiadosos, destruyen todo a su paso, dejando como herencia un páramo de tierra desolada?

LAS OTRAS. - ¡Conocemos de esos acto Antífona! ¡Te veneramos hermana!






jueves, 28 de julio de 2011

Pensar la muerte,
Ir hilvanando tramo a tramo
los años de necias soledades
y cuantiosos desaciertos,
cuándo la vida  tenazmente
se transformó en irrefrenable abismo
hundiéndose en las grietas
incógnitas del pensamiento.
Oler la muerte,
tu cuerpo rígido y putrefacto,
madre…, yaciendo en el hueco
de insondables recuerdos lacerados,
que encendieron rojizas hogueras
avivadas por el soplo del viento.
Palpar la muerte,
ver como la vida desafiante,
se retuerce ambivalente
entre adioses y retornos,
rostro que mira hacia el pasado,
manos que en vano se deshacen
buscando asirse al hilo conductor
del más allá y el tiempo que huye,
inexorable, decantando recuerdos.
Oír la muerte,
Sonidos  furiosos que descuartizan
huesos, en la trastienda oculta,
concebida en la morbosidad
del pensamiento humano.
Masacrados, torturados, mutilados,
quebranto de cuerpos malolientes,
picana final de los ausentes.
Percibir la muerte,
que viene galopando en la sombra,
sentir que avanza en cada instante
del reloj que cabalga sin piedad,
sin eufemismos,
hacia la boca ansiosa que la espera.
Esperarla sin sorpresa,
sin llantos, ni rencores
ni adioses, ni perdones.
Esperar que me abrace y me contenga
que moldee mi cuerpo a su albedrío,
que me derrita en gusanos arcillosos
en la cueva infernal de tierra macilenta,
estropajo final de los ensueños,
último grito que desvanece el tiempo,
ojos labrados de incontenible espanto,
ni adioses, ni llantos, ni lamentos.
Un interminable y pútrido abandono
a ras del suelo. Eso quiero.
amd

"Una monstruosa ironía de la vida es la de transformar por una noche al hombre, en lo que íntimamente fue, es y será por los siglos de los siglos, una abominación de la naturaleza, la sofisticación de su lenguaje en algunos casos no logra ocultar su grandioso modo de destruir todo lo que posee a su paso, y aunque al día siguiente vuelva a ponerse la máscara, la huella del daño hecho, queda marcada inexorablemente en el alma de sus víctimas"

Sobre la brutalidad



Ser ignorante no es un pecado capital, la persona ignorante  no sabe pero quiere aprender. Existe una gran diferencia entre ser ignorante y ser bruto, el bruto odia al que sabe, el bruto no quiere escuchar, el bruto responde con frases vacías de contenido a todo aquél que puede abrirle la cabeza, el bruto no tiene filosofía de vida, el bruto ofende porque al no tener instrucción ni manejo del lenguaje, solo puede responder a una ironía con una manera de hablar o de escribir cargada de animalidad (con perdón de los animales), el bruto no tiene creatividad, ni imaginación y sobre todas las cosas EL BRUTO repite lo que escucha porque no tiene ideas propias. ¿conclusiones? ¡muchas!...

Ana Danich

martes, 26 de julio de 2011

Vivir sin mi

Si pudiera lamer la lluvia
Que galopa sobre la ventana
Si pudiera mirar la espesura
De la noche
Con ojos que ya no ven
Si pudiera decir si; no; tal vez
Huir del vórtice de realidad
Que esculpe mi ser
Si pudiera levantarte
Duro metal que pesa en mis manos
Si pudiera traspasar el último peldaño
Si pudiera moldear “la angustia
Que arranca la vida”, Antonin
Si pudiera asirme de las manos
Que cortaron tu oreja, Vincent
Si pudiera dejar de doler
El dolor
Que lacera mi carne
Si pudiera amar o no amar
Sin importar el resultado
Si pudiera vaciar mis cuencas
En esta madrugada brutal
Sin lunas ni sentencias
Mientras la sangre fluye
Como un torrente hacia la nada
Si pudiera vivir sin mí.

Amd.

jueves, 21 de julio de 2011


ningún poeta supo de finales felices, pues de ellos no deviene la creación literaria, 
sino de ese instante que actúa como una cesura, entre dos hemistiquios, 
el instante del rompimiento de la voluntad, que es trágico aunque efímero, 
es allí justamente donde toda creación poética, es posible

viernes, 1 de julio de 2011

TABACO

Consumirme. Penetrando el instante

en que el silencio ahogaba mi cuerpo.

Dibujarme. Recortada en la penumbra

de los espacios tumultuosos del pasado.

Paseantes de la intimidad que coronó

un tiempo de viajes juveniles,

y un tren que vagaba en las salinas,

blanca marea de reflejos ondulantes,

cuando era otra, otra mi silente tristeza,

otra, la llama que abrasaba el  lento

transcurrir de las horas, en el sopor

de la aridez  santiagueña, y las vías,

quejumbrosas, que acompañaban

el murmullo en ciernes de la tarde,

presa de la ansiedad que a ti me unía.

Convertida en tu esclava, en el deseo

del sabor, que quebró mi voluntad,

voluntarioso el afán de poseerme,

robándome el suspiro del aire,

que mecía los segundos a la espera

del latigazo ardiente, que fundía

mi cuerpo en el miedo por perderte.

Perderme era, el fin primero,

hundirme en tu cama sin sosiego

y verme consumida de impaciencia,

en la búsqueda anhelosa del amante

que seducía mis entrañas, poseyendo

las fibras sumisas de mi instinto,

laberinto de sangre que fluía

desde mi boca hasta la orilla

del éxtasis, ibas corrompiendo

la suavidad de mi piel, entregada

al placer de tu dominio. Dulce,

amante de mis noches impacientes. Cruel,

compañero de mis horas solitarias.

Embriagados, caminamos en la niebla,

que el poniente marchitaba, en los senderos

de las vidas que viví inútilmente.

¡Déjame!. Descorre el velo de muerte

que me asola, y quiebra la línea vertical

de mi cuerpo,  ya viciado.

Libérame del deseo, amor amante,

¡ámame!, como nunca me has amado,

para dejar de ser quien soy, ¡déjame!.

Desteje las amarras que nos unen,

para ser sin ti, aquella que alguna vez,

en la inocencia primera, sin quebrantos,

logró mirar sin nieblas, los ocasos…

A.M.D.