SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

jueves, 2 de enero de 2014

VEINTE CUENTOS EN CUCLILLAS


Mire, usted no va creer lo que le cuento. Pero le juro por diosito que es verdad. En pleno verano del 56 la señora esa parió  a los gemelos, eran tan parecidos  como dos gotas de agua. Nadie sabía quien era quien, nadie más que su madre que andaba rezongando por el calor de ese verano y maldiciendo a los santos por haber pecado en otoño.

 Lo cierto es que ella era la única que sabía distinguirlos. Tal vez porque eran igualitos, pero yo estoy convencida que era por su predisposición hacia uno en particular. Ella no quería tener hijos, pero le vinieron dos juntitos en un  solo pujo. La cuestión es que los hermanitos se agarraban las manitos en la cuna y cuando uno balbuceaba, el otro le respondía, cuando uno se dormía, el otro también, todo en una repetición constante, como si uno fuera espejo del  otro.

Ella, digamos, muy contenta no se sentía, no estaba acostumbrada a tanto llanto, mucho menos a soportar el peso de dos pibes sobre su pecho frágil. Andaba siempre de mala rabia y por eso sólo le dedicó tiempo a uno de ellos, al otro lo dejaba en la cuna casi sin amamantarlo y con los pañales desbordando de caca.

Cuando crecieron, al primero le compraba juguetes y golosinas y al segundo nada. Al primero los mejores guardapolvos  y al segundo nada. Todo fue así hasta que se hicieron mayores. El primero desarrolló  un rostro bello y sereno, le decían el artista porque sus manos delicadas tallaban la madera y lograban preciosidades. El segundo un rostro amargo y tosco, con una mirada agresiva que espantaba al que se le acercaba.  Un día decidió irse de la casa materna y no se lo volvió a ver.

Habían cumplido los 20 años y una mañana cualquiera de esa época aciaga, el Bonito, como le decían en el barrio, desapareció sin dejar rastro. Imagínese usted que la madre en cierta manera se sintió aliviada, ya había dado todo lo que una madre puede dar y así siguió su vida sin preocuparse demasiado.

Pasaron otros 30 años y esto que le cuento se lo escuché a un arrepentido que declaró en tribunales antes de ir en cana. El tipo había conocido a los dos hermanos hasta que se separaron y nunca se los volvió a ver juntos.

Mire, le relato las palabras textuales: “Una noche, el Bonito  andaba buscando madera para tallar en un campito de la zona, de pronto cinco tipos lo chuparon ahí mismo y lo metieron en un falcón que desapareció en la oscuridad de la calle. Lo llevaron a un lugar a 30 km de su casa. Uno de los encapuchados le rogó al jefe que se lo dejara a él. Le dio tantas patadas y fierrazos que a los pocos días el bonito quedó seco como un árbol talado. Después lo enterraron por ahí y no se hablo más”.

 Pero lo peor del caso es lo que sucedió al otro día. Doy fe porque lo escuché de la propia boca del arrepentido. El tipo estaba saliendo de la casa donde también hacía sus trabajitos  y a plena luz del sol vio salir al muerto.

Cuando contaba esto, le juro por diosito que los labios le temblaban, los ojos parecían lunas sangrientas  y se refregaba las manos con desesperación. Contó que vio salir lo más tranquilo al muerto por la puerta de atrás,  en su mano derecha llevaba la capucha del rencor apretada como un trofeo que siempre había querido ganar.


Ana Danich (de: Veinte Cuentos en Cuclillas)

29 de Diciembre de 2013