Imperceptible cae sobre
mí la sotana del atardecer. Maldito Junio que llegas con tu boca hambrienta de
cadáveres a saborear los desperdicios de este día. Nadie conoce el instante
preciso cuando arrancaste el útero y lo
devoraste como a un conejo negro, ese día de dientes apretados y lengua
carcomida por el tiempo, cuando
guardaste en tu congelador los últimos vestigios porque no te
conformaste con sorber la última gota inocente. Otra vez estás aquí, golpeando
la ventana y mirándome con los ojos del exilio.
Tu gesto invernal hurga los recodos de la casa. Sabes que falta menos tiempo y que los días
se acercan sigilosos como puñales lanzados desde ese lugar que solo nosotros
conocemos. Abominable Junio que traes guardado en tu bolsillo el grito
silencioso de los huesos y en tus uñas se pudre la tierra del foso que cavaste.
Entra y olvidaré que alguna vez robaste los recuerdos de esta casa. Ellas ya no
retornarán en las alas de ese ángel que alguna vez lloró la ausencia del amor.
La obstinada cerrará los ojos y te dejará hacer, si es que te atreves, si es
que puedes. En esta casa no habitan suplicantes.
Ana Danich (de: Cuerpo de Piedra)
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