Entre sueños divisó una piedra tallada que se erguía
a diez metros. La niebla invadió el camino. Anduvo a paso lento entre los
vientos que agitaban su cuerpo. En sentido opuesto avanzaba otro a la misma
distancia de la piedra. Era una imagen que repetía sus mismos movimientos. Se
acercaba y la imagen la imitaba. Una eterna repetición de pasos condenados. No
pudo medir los minutos ni sabía si habían pasado horas o años en esa marcha
continua. Los dos cuerpos caminaban en sentido contrario acercándose a la
piedra, uno de ellos a la derecha y el otro a la izquierda. Percibió que la eternidad le estaba arrebatado
el presente en un imperceptible golpe de tiempo. ¿Fugacidad? No lo sabía.
Continuó caminando hasta llegar del lado izquierdo. El otro cuerpo se ocultaba
del lado derecho. Se detuvo frente a la piedra y contempló el
agujero negro que se abría como la boca gigante de un gusano. Había
perdido toda noción de la realidad. El agujero se agrandó a medida que lo
miraba, en su circunferencia una fuerza centrípeta curvó su cuerpo a velocidad
infinita. Sintió como el giro vertiginoso la absorbió. No supo medir el lapso.
De pronto un estallido la convirtió en
luz. Del otro lado alguien la esperaba. En el universo paralelo había encontrado
su otro yo.
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