Mire, usted no va creer lo que le cuento. Pero le
juro por diosito que es verdad. En pleno verano del 56 la señora esa parió a los gemelos, eran tan parecidos como dos gotas de agua. Nadie sabía quien era
quien, nadie más que su madre que andaba rezongando por el calor de ese verano
y maldiciendo a los santos por haber pecado en otoño.
Lo cierto es
que ella era la única que sabía distinguirlos. Tal vez porque eran igualitos,
pero yo estoy convencida que era por su predisposición hacia uno en particular.
Ella no quería tener hijos, pero le vinieron dos juntitos en un solo pujo. La cuestión es que los hermanitos
se agarraban las manitos en la cuna y cuando uno balbuceaba, el otro le
respondía, cuando uno se dormía, el otro también, todo en una repetición
constante, como si uno fuera espejo del
otro.
Ella, digamos, muy contenta no se sentía, no estaba
acostumbrada a tanto llanto, mucho menos a soportar el peso de dos pibes sobre
su pecho frágil. Andaba siempre de mala rabia y por eso sólo le dedicó tiempo a
uno de ellos, al otro lo dejaba en la cuna casi sin amamantarlo y con los
pañales desbordando de caca.
Cuando crecieron, al primero le compraba juguetes y
golosinas y al segundo nada. Al primero los mejores guardapolvos y al segundo nada. Todo fue así hasta que se
hicieron mayores. El primero desarrolló
un rostro bello y sereno, le decían el artista porque sus manos
delicadas tallaban la madera y lograban preciosidades. El segundo un rostro
amargo y tosco, con una mirada agresiva que espantaba al que se le acercaba. Un día decidió irse de la casa materna y no se
lo volvió a ver.
Habían cumplido los 20 años y una mañana cualquiera
de esa época aciaga, el Bonito, como le decían en el barrio, desapareció sin
dejar rastro. Imagínese usted que la madre en cierta manera se sintió aliviada,
ya había dado todo lo que una madre puede dar y así siguió su vida sin
preocuparse demasiado.
Pasaron otros 30 años y esto que le cuento se lo
escuché a un arrepentido que declaró en tribunales antes de ir en cana. El tipo
había conocido a los dos hermanos hasta que se separaron y nunca se los volvió
a ver juntos.
Mire, le relato las palabras textuales: “Una noche, el Bonito andaba buscando madera para tallar en un
campito de la zona, de pronto cinco tipos lo chuparon ahí mismo y lo metieron
en un falcón que desapareció en la oscuridad de la calle. Lo llevaron a un
lugar a 30 km de su casa. Uno de los encapuchados le rogó al jefe que se lo
dejara a él. Le dio tantas patadas y fierrazos que a los pocos días el bonito
quedó seco como un árbol talado. Después lo enterraron por ahí y no se hablo
más”.
Pero lo peor
del caso es lo que sucedió al otro día. Doy fe porque lo escuché de la propia
boca del arrepentido. El tipo estaba saliendo de la casa donde también hacía
sus trabajitos y a plena luz del sol vio
salir al muerto.
Cuando contaba esto, le juro por diosito que los
labios le temblaban, los ojos parecían lunas sangrientas y se refregaba las manos con desesperación.
Contó que vio salir lo más tranquilo al muerto por la puerta de atrás, en su mano derecha llevaba la capucha del
rencor apretada como un trofeo que siempre había querido ganar.
Ana Danich (de: Veinte Cuentos en Cuclillas)
29 de Diciembre de 2013