SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

martes, 28 de mayo de 2013

OLVIDO


En la alta noche cuando la bruma
teje con agujas afiladas su manto insomne
sobre la plateada arboleda del mundo
el olvido es  fuego que arrasa.

Sus dedos desmenuzan la madera
la memoria es  hoguera vacilante
busco diez formas de nombrarnos
sin las falaces excusas del encanto
sin gritarnos cara a cara las verdades.

Más, el olvido es  fuego que arrasa
y busco tu mirada en las rendijas…
es un sol el que entra a despertarme
el olvido ahora es ceniza que dispersa
su polvo en la arboleda de los ciegos.

Yo no veo / yo no veo ese sol
que comienza a exorcizar mis ojos
quema el último vestigio de la noche
cae horizontal sobre la almohada
 y a lo lejos se suicidan las estrellas
la tuya Alfa Centauro y Betelgeuse la mía,
quizás  Acrux que signa la bóveda del cielo
y  alumbró la sombra atroz de María Magdalena

no dejes que me transforme en piedra
y ruede desmembrada en los caminos
no dejes que sea arena la obstinada
convierte en astro lo que el olvido / quiebra.

Ana Danich     (de: Cuerpo de Piedra)


"SIEMPRE ES LA MISMA LLUVIA"

Si dejo que la mano arranque su garganta

perfore el cráneo / devore azules pensamientos

reviente la tráquea el viento de una bala,

o si dejo que en mi tímpano sólo perdure

en su jaula / el atroz canto de un mirlo /

no podré oír el fuego de las piedras.


Pezuñas  descuartizan los huesitos

de un niño / de un niño silencioso

era tu hermano niño / nuestro hermano /

fragmentos de granadas en sus ojos.

Va su pie / surca el rojo de la nieve,

va su frente portando la estrellita

y un abismo  / va su pecho carcomido

por esquirlas de hambre y fusiles,

va su lengua teñida de oxidados nombres,

va cargando en su hombro las ausencias.


Cuando el cuerno del olvido saltó abrupto

y rasgó el iris negro del crepúsculo /

la tarde era un despojo mutilando /

cercenando la cabeza de los muertos.


Bajo la lluvia /  una estrellita de plata

 una mano clavada en su garganta

y los pájaros  / un enjambre de plumas

cuajando el grito de la historia / que enmudece.  


Ana Danich 

28 de Mayo de 2013

viernes, 17 de mayo de 2013

GRAND JETÉ



Quiebra su pie la bailarina,

gélidas /cinco cabezas en punta,

cada dedo perfora / su contacto

el sopor del minutero / la aguja

gime el territorio de la noche,

son las seis / grita el cuerpo,

enclavado en el puerto del dolor.

¿Acaso es la hora del amor

en que  la brizna  hunde su tallo,

o es la hora en que múltiples rasgaduras

repiten el aullido en la garganta?

Tensa la línea vertical / su impostura,

construida la estatua / es mármol,

ella no ríe / ella agrava su perfil,

sujeta  al  pedestal / tensa sus ojos,

enjuaga la bruma del pasado,

el olvido es un fuego que arrasa /

horada la furia / su costilla mutilada.



Ana Danich (de: Cuerpo de Piedra)





domingo, 12 de mayo de 2013

"LA TERMINAL"


    Cuando despertó a la mañana,  sintió  que éste  día no sería como otros. Últimamente, éstos transcurrían en la vaga lentitud de las horas, sin ningún altibajo que la sacudiera de la continua sucesión de hechos cotidianos. Vio la luz que entraba por la rendija  de la ventana desvencijada. Cada amanecer era así, una luz que entraba y le daba justo en los ojos cuando  dormía sobre el lado derecho, y cuando lo hacía sobre el izquierdo, el haz se reflejaba contra la pared y desde ahí rebotaba hasta su frente. Pero esta mañana se había despertado tarde, el sol entraba perpendicular como un latigazo enceguecedor. Se quejó porque el sueño se había convertido en  un altibajo que le hacía abrir los ojos en la noche y espiar la rendija, esperando vislumbrar el amanecer.

    El sol hirió su mirada; sintió que  era un presagio anunciándole que este día sería distinto. El muñequito que todas las noches  murmullaba en su oído, dormía plácidamente. Pensó que era mejor  dejarlo así, recostado sobre la almohada.  Sin decir palabra, se levantó suavemente para no llamar su atención.

    Pensó que era el momento justo para hacer algo fuera de lo habitual. Recordó que debía comprar el pasaje para el viaje que se avecinaba; los días habían pasado y ella todavía no había resuelto ir. Esta mañana, se alistó; iría  a la estación y terminaría con el agobio que le producía decidir de una vez por todas, irse, viajar, cambiar de aire.

    Cuando abrió la puerta de calle, la marea humana le rasgó la piel, casi retrocede abrumada por el calor sofocante que transmitían los cuerpos con su andar vertiginoso por las veredas sucias. Corrió hasta el ómnibus y subió de un salto. El conductor la miró atónito.  Nunca imaginó que una mujer pudiera saltar así. -Como un leopardo- se lo escuchó susurrar. Se acomodó en un asiento y cerró los ojos; no quería ver.

      Llegaron  a “La Terminal” en menos tiempo que el aleteo de un colibrí. Desde lejos advirtió la división entre la nueva y vieja edificación, el laberinto por donde otra marea humana, semejante a las que temía, se movía errática, buscando ciegamente la ventanilla donde comprar pasajes. Dudó  por un momento si había hecho bien en  salir  justo ese día en que todo parecía moverse como un carrusel, dentro y fuera de su cabeza.

       Llevaba la cartera apretada contra su pecho. En la cartera, el libro que su amiga le había regalado en su último viaje a la gran ciudad. Por varios días había querido leerlo y esa mañana le pareció que era el momento indicado, pensó  aprovechar el viaje de ida y vuelta hasta “La Terminal”. -Es mejor así- dijo en voz baja. -Es mejor leerlo en un lugar dónde el muñequito no interrumpa mi pasión-

      Entró a la estación y se sintió perdida. La recorrió de punta a punta buscando  ventanillas que vendieran pasajes. A primera vista no encontró  la que buscaba. Percibió en su interior, la misma desesperación que le producía la inseguridad del vacío. En ese momento, sintió el imperativo  de que el muñequito estuviera alojado en su cabeza. Después de todo, era el único que le procuraba seguridad; aunque lo odiara, aunque quisiera asesinarlo noche tras noche;  hoy, particularmente, lo necesitaba.

       En la oficina de informes, un morocho de sonrisa maliciosa y aliento nauseabundo, le indicó que la ventanilla donde debía comprar el pasaje, se encontraba al otro lado de la estación. - En la parte nueva – dijo, torciendo los ojos hacia el oeste, y sin más, continuó sorbiendo la boquilla de un mate que chorreaba baba por el filo casi  plateado, opaco por desgastado debido a las innumerables bocas apestosas de empleados públicos que habían pasado por ella.

 Retrocedió asqueada.

     No sabía si estaba viviendo el momento, si era real. Hacía meses que no salía de su casa.  Hacerlo esta mañana, daba un aire ficticio a la sucesión de acontecimientos que  repetían  imágenes girando en espiral.

  Temió por su vida.
     Caminó por La Terminal y esquivó a los perros vagabundos que pululan por ahí desde hacía años. La mugre en sus lomos y patas  le produjo  una sensación de horror, no quería verlos, mucho menos que la rozaran. Sus cuerpos se contorneaban cerca del suyo, el roce la aterrorizó, sintió nauseas al pensar que alguno de ellos pudiera  tocarla. Apuró sus pasos sin mirar atrás; los perros la siguieron, ensuciando sus pantalones limpios con la baba que caía entre sus colmillos. Recordó a su madre que en otra vida siempre le había alertado sobre esos animales, y de cómo debía huirles para que no mancharan lo que debía permanecer inmaculado.

Corrió;  no se detuvo.

      Corrió por la calle con la desmesura de aquella a la que una boca gigante la persigue para tragársela, hasta hacerla desaparecer entre sus fauces.

    Trepó al primer ómnibus que vio pasar. Necesitaba regresar, volver al vientre de su casa, único lugar dónde  sentirse segura. Ubicada en el penúltimo asiento, abrió el libro que su amiga le había regalado  en la gran ciudad.

       Leyó: -“Las estaciones me producen el miedo a no encontrar la plataforma y que el micro que tengo que tomar parta sin mí”-.

     Levantó la vista del libro. A medida que el ómnibus se alejaba, observó por la ventanilla, la edificación siniestra de “La Terminal”; una combinación entre antiguo y moderno que dañaba las líneas arquitectónicas. Vio cómo el polvo de la calle trastocaba las imágenes en ese día otoñal. Imaginó ver perros que corrían detrás del ómnibus y  se esfumaban  igual que fantasmas alegóricos entre las ruinas de una ciudad deshabitada.

Recordó aliviada. Había olvidado comprar el pasaje…



  Ana Danich  (de: Veinte cuentos en Cuclillas)