SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

lunes, 3 de febrero de 2014

NIDOS


Hace 3 años, cuando llegué a este departamento, me encontré acorralada como un jilguero en una jaula de cemento y sin nadie a quién cantarle. Antes vivía en una casa de barrio, lugar donde me levantaba a la mañana y me asomaba al balcón terraza a mirar los árboles y los nidos de los pájaros construidos en sus ramas con infinita paciencia. En este departamento me sentaba a la mañana en la mesa de la cocina y miraba el muro del edificio de enfrente, con sus ventanas deslucidas y cerradas.  No podía hablar con nada más que las ventanas y así sucedió que un día mirando una de ellas, la que está justo  frente a la de mi cocina, se me ocurrió imaginar que detrás de ella había una mujer ilusoria mirándome con el mismo sentimiento de soledad que yo tenía. Esa mujer podía ser cualquiera, ya que la oficina se encontraba deshabitada, así que yo la podía crear a mi placer, o tal vez podía ser yo misma reflejada en los cristales, como buscándome en los espejos del desconsuelo.
Yo aún no había escrito poesía, por lo tanto  se me ocurrió hablarle a esa mujer y fue así que escribí uno de mis primeros poemas:


Mujer que mira a una mujer que mira.


Con el leve trazo de tu dedo
descorres las cortinas de mi sueño
tras la turbia empañadura del espejo.
Desde donde miras
existe una distancia que se mide
por el aletear de un ave
entre nido y nido,
de un arrullo al otro
se extinguen lentamente
las notas del silencio.
Cada mañana
se enciende el día
entre dos ventanas
mientras, un esbozo de luz
ilumina las sonrisas
augurando el asombro
a las nueve en punto.
Para descubrirte
y descubrirnos,
conjeturarnos, en la intimidad
de la cotidianidad horaria
que nos acerca
sin nombrarnos.                                     

También en esos días comenzaron a llegar las golondrinas desde el norte. Ellas ya habían hecho su nido años atrás y regresaban a  él cada año, pero yo no lo sabía. Así que un día, cuando me acerqué a la cocina para preparar el café, di un salto de sorpresa cuando las vi volar a 20 centímetros de mi ventana. Fue tal el alborozo que durante días me levantaba a la misma hora para contemplar su danza milagrosa. Ellas tenían su nido en el hueco de un aire luz sobre la ventana de la cocina de mi vecina, que linda  con la mía. Así que, cada  mañana de primavera las veía ir y venir preparando el hogar para sus polluelos. Yo abría la ventana de par en par y sacaba la mano intentando que la rozaran con su leve vuelo, un día se acercaron tanto a mí que temblé como las hojas de los árboles cuando un pichón de paloma comienza a dar sus primeros vuelos. Nadie que no los haya visto preparando su plumaje sobre el nido de los árboles, puede entender que se siente, pero yo sí porque he observado la naturaleza desde muy pequeña y siempre me maravillaron los vuelos…

Hete aquí, que, viendo a las golondrinas tan cerquita, ellas me inspiraron para escribir otro de mis primeros poemas:

Esta mañana una golondrina
pintó una rama de cerezo
en el cristal de mi ventana.
Acerque mi mano
la convertí en nido
pintándola
sobre la rama.



Hoy, a tres años de vivir aquí, la oficina del edificio de enfrente fue alquilada y todas las mañanas una señorita saca su medio cuerpo rechoncho por la ventana, fuma como un murciélago y larga humo en el espacio donde se asientan las golondrinas sobre el tendido de los cables.  No sólo eso, también habla por teléfono a los gritos, de tal manera que las avecillas huyen despavoridas cada vez que la muchacha, larga gruesos epítetos, sin importarle un corno la sensibilidad de los que no somos como ella; una chica de ciudad a la que no le importa si el otro necesita silencio, contemplación, suavidad o simplemente soñar con un mundo donde las aves vuelen libremente.


Sumado a eso, mi vecina, que es otra pobre almita que no entiende lo que significa un poema o amar la naturaleza,  un día descubrió una pluma de golondrina sobre el artefacto de cocina que está justo debajo del hueco de aire luz en donde las golondrinas hacen el nido y alimentan a sus pichones una vez nacidos. Y por ese motivo, porque prefiere la limpieza antes que la vida de un ave, metió la mano en el aire luz, tomo al pichón con un trapo, lo llevó al balcón y lo arrojó con violencia al patio del edificio. Taponó el hueco del aire luz y las golondrinas perdieron definitivamente el nido para sus futuros polluelos.

Esta es la gran ciudad, amigas. Ciudad oscura y de pobres corazones. No quiero escribir nunca más poemas como este:

Ah, ciudad negra de desconsuelo,
Ah, miserables hombres que te habitan.
Pero hay que salir
hay que salir al día y a la noche
hay que avanzar
hay que ser como ellos
no mirar
no escuchar
no importarte nada
nada
total la nada está ahí
esperándote en el umbral
que te escupe a la calle
para que no seas
ni sientas
ni veas
ni vivas!...


 Quiero volver a ser un jilguero, quiero volver a mis raíces, volver al pueblo que me vio crecer, o a cualquier lugar dónde la vida merezca la pena. Quiero volver a vivir…

Ana Danich 3 de Febrero de 2014





EL OJO



algo innominable late en la cueva del ojo lo sé
me lo dice la nube que crece y se agiganta
tambor tam-tam temblor  que late en la hendidura


mirar el sol su marea de fuego quemando el horizonte
mirar la luna sus múltiples oleajes en la noche
mirar la estrella el acero de sus puntas


latente lento late el latido / amanece


mirar la piedra gris el sendero luminoso el muro
mirar el caleidoscopio de mi lejana infancia
después del silencio el campanario libera el sonido de las alas


mi vecina lava las baldosas del patio
miles de bichitos se escurren en el trapo de piso y otros
vuelan diminutos en las hojas de las plantas / el aguita dulce
de una manguera que como serpiente se desliza
sobre la sequedad de este amanecer que cae
sobre las piedras apiladas de los muros
resuena el canto de un canario en su jaula
de pastos y ramitas que prepararon dedos silenciosos
trepa el ojo la escalera de muros envueltos en la llama rabiosa del verano

ventanas cerradas con blancas cortinas que no puede
divisar el ojo de soles quemando el horizonte
de luna y sus múltiples oleajes dormidos en la noche
de punta de acero de esa estrella que oculta el día


el ojo parpadea patea pelea  pita provoca a la luz


vuela una golondrina y el ojo sólo ve el azul de un ala
sólo ve  mitad de la belleza amanecida entre muros
entre ventanas que irradian la media luz de la mañana


son las ocho tal vez sean las siete o pueden ser las seis
el ojo no lo sabe  él insiste en repetir ecos de  memoria
que le dice que puede ser cualquier hora o puede ser ninguna
en que la ciega cansada de tanto fulgor decide arrancarse
el ojo que late en la hendidura como un tambor tam-tam que tiembla.




Ana Danich (de: CUERPO DE PIEDRA)