Sí, mi gran
amor, mi dulce amor, amante mío,
tan callado, tan suave al contacto de mis ojos,
tan obediente a mis manías y caprichos.
Tan sereno.
No preguntes
dónde escondí la sal,
o si me parece bien que el perro del vecino
ladre a las cuatro de la madrugada.
No preguntes.
No digas que la ventana chirria insoportable:
-¡Hay que ponerle aceite!-.
-¿Por qué no lo haces vos mi amor?-.
No preguntes
si la camisa está planchada
o si esta noche en la mesa habrá solo migajas.
No me mires con ojos de cazador al acecho,
mi amor.
La puerta está abierta, dulce amante,
Disponga usted como mejor le plazca…
Hace apenas un rato,
terminé de cortar con magistral acierto,
tus silenciosos tendones de titiritero.