Mi madre compró un pasaje a Siberia.
Yo viajaba en
un tren hacia la estepa
con los ojos llorosos de tristeza,
una larga formación iba marchando,
retumbaba entre azules abedules
que pintaban como un lápiz de la noche
sombras de
acero sobre las vías muertas.
Era lejos, tan lejana aquella tierra
que tardé en llegar cincuenta años,
desde la ventana izquierda del vagón
alcancé a divisar un cementerio
oculto en el páramo sombrío.
Se abrieron al instante las compuertas,
rodó el
equipaje sobre el hielo,
apenas despuntaba la mañana
un sol
errante se clavo en mi frente,
nevada se anunciaba la llanura,
detrás, oraciones suníes como ecos,
repicaban el grito de los tártaros.
Con mi pie
rocé la tierra helada,
la mano de un
fantasma prisionero
sujetó mi zapato entre sus dedos.
Me miró con los ojos del exilio
enjugó sus lágrimas en mi manta,
anudándola en
la cruz de una lápida.
Me acerqué sigilosa hasta ese mármol
que yacía en la fría tundra ártica
y esculpido observé su nombre
en los huesos de una bella calavera.
Mi madre compró un pasaje a Siberia.
Ana Danich (de: Cuerpo de Piedra)
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