Recién
vengo de mi obra social, un bruto gritaba ¡hay que matarlos a todos!!!! El
empleado decía: ¡sí, sí, hay que
matarlos a todos!. Me arrimo y le digo
al empleado: ¿te acordás cuando decían que había que matar a los gay! (él es
gay...) me miró con cara enrojecida, todavía no sé si de ira o de vergüenza. Así son las bestias enardecidas, no piensan,
sólo repiten y repiten como loros porque no pueden vivir fuera del sistema que
les ha rebanado la cabeza. Un asco.
Después, hablando con un amigo de las personas que
no pueden romper con la clase social a la que pertenecen, como este muchacho
gay, porque quedaría afuera del sistema y eso le da mucho miedo, le recordé lo
que mi hermano Víctor, escribió:
"El
odio no se puede controlar. Sabes por qué? Ayuda a reforzar las convicciones
del grupo al cual pertenecen. Si por alguna razón son sujetos al confronto con
la duda, esas convicciones se desmoronan. Y el malestar es mucho mayor. Se
quedan perdidos como cucarachas en patio de mosaico.
Ana. El malestar de la civilización es porque el ser humano es su enemigo. Los discursos muestran eso. Las clases sociales antagónicas existen como resultado de esa desigualdad.
Los gobiernos, de acuerdo con sus objetivos, expresan eso. Cuando se usa la máquina del estado para crear políticas públicas de distribución de renta, en un primer momento, nadie se coloca en contra porque con eso demuestra su carácter íntimo modelado en el egoísmo clásico del individualismo, expreso en el siguiente cliché “porque no donas todo lo que tienes para los pobres?”. Si, por alguna razón, comienzan a existir problemas de gestión, por cuestiones económicas o de cualquier tipo (como a crisis mundial, por ejemplo), eso sirve como argumento para atacar despiadadamente tales política, sin necesidad de desvendar lo hay de escondido en esa actitud. La ideología de clase es muy poderosa, principalmente para aquellos que nunca experimentaron el hambre y la pobreza. Eso quiere decir que es muy difícil convencer individuos que se mueven en un espacio de confort, o, como decía Espinoza: “aquel que nada en agua dulce no sabe lo que es tener sed”.
Ana. El malestar de la civilización es porque el ser humano es su enemigo. Los discursos muestran eso. Las clases sociales antagónicas existen como resultado de esa desigualdad.
Los gobiernos, de acuerdo con sus objetivos, expresan eso. Cuando se usa la máquina del estado para crear políticas públicas de distribución de renta, en un primer momento, nadie se coloca en contra porque con eso demuestra su carácter íntimo modelado en el egoísmo clásico del individualismo, expreso en el siguiente cliché “porque no donas todo lo que tienes para los pobres?”. Si, por alguna razón, comienzan a existir problemas de gestión, por cuestiones económicas o de cualquier tipo (como a crisis mundial, por ejemplo), eso sirve como argumento para atacar despiadadamente tales política, sin necesidad de desvendar lo hay de escondido en esa actitud. La ideología de clase es muy poderosa, principalmente para aquellos que nunca experimentaron el hambre y la pobreza. Eso quiere decir que es muy difícil convencer individuos que se mueven en un espacio de confort, o, como decía Espinoza: “aquel que nada en agua dulce no sabe lo que es tener sed”.
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