SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

sábado, 30 de agosto de 2014

COSTILLARES



Con media costilla enyesada y con la otra media al horno. Con medio cerebro calcinado por las brasas de este invierno veraniego y el otro atropellado por un sin número de infinitas páginas de un libro que leyó a media luz de velas. Con un intento de sobrevivir por sobre las vivencias de un entorno asfixiante, sometida a los continuos paréntesis de esquivez absoluta, no los de Cósimo, sino los propios, porque la jaula tiene llave y de vez en cuando al monstruo que habita en las callejuelas laberínticas de su ser interior que aún pervive (aunque más de uno desearía que no fuera así...) se le ocurrió encerrar a la que nunca fue princesa aunque en un rapto de desenfrenada locura alguna vez alguien la nombro así. 
Con la incapacidad de articular palabras sabiendo que el no hacerlo es una forma de caída, aunque caer (ya lo sé, no me lo digan) de vez en cuando viene bien. 
Con varios días de reposo aunque no de responso entre las sábanas, única manera de erigir una armadura que sostenga los huesos de esa costilla locuaz (trac...trac...dale que te dale todo el santo día)  y sus espasmos involuntarios. 
Con todo eso...¡voluntad...voluntad! escuchó gritar a coro a las neuronas mientras se aferraban a los barrotes de esa cárcel parecida a una iglesia en ruinas en donde el monstruo encerró por unos días a la princesa que no era tal aunque alguna vez alguien se atrevió a nombrarla así y ella, como el bicho esquivo que es, mitad artrópodo sin esqueletura, mitad dama de la  noche en pantuflas algodoneras, un tanto simia haplorrina, un tanto gataturra de andariveles y desfiladeros, se lo tomo en serio con los reconstituyentes y las palabras, y, tragos más, tragos menos, se irguió y a viva voz gritó: ¡Levantate y anda! 
Y anduvo. Por los siglos de los siglos.

Todos saben el final. Obvio.


Ana Danich

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