Rubia Intencional es un libro que apasiona desde su inicio, en
especial a mí, porque con ella tenemos gustos en común: el jazz, el cine, los
artistas plásticos, los trenes y barcos que en sus poemas desarrolla con gran
maestría, el arte en general está plasmado en cada uno de ellos.
Imagino a Marily a las tres de la madrugada sentada en su
silla frente a la computadora, tecleando sin pausa cada una de las imágenes que
contiene este libro, imágenes que estallan
de sus sueños en la oscuridad de la noche, de su intercambio con la otra que es
otra y es ella.
Me canso de ser otra le hace decir a Billie, y en el poema,
Marily asume su personalidad y se convierte en otra, es ella y es la otra. Es
Billie con su fabulosa garganta cantando la oscuridad y el quiebre, y es la vendedora de naranjas de la avenida
que pasa por frente al Cotton Club.
Son ellas en blanco y negro caminando por los campos de
algodón, cantando Góspel mientras la sangre de los sacrificios mancha los copos
y la luna, y su cintura le arde con el ardor de los padecimientos.
El libro: Rubia Intencional es todo movimiento. La velocidad
de los trenes y los subtes, su andar vertiginoso y también la calma de los
transatlánticos. De todas las maneras ella ve el paisaje o lo ve a través de
las películas que ha visto en el pasado. Viaja, pero no va a ninguna parte,
sabe que nadie la espera, que todo es vacío, un flotar entre el arriba y el
abajo, y huye para recobrar otra dimensión en esa longitud de onda conocida.
Dialoga consigo misma
o con la otra que ella ha creado. En sus poemas existe un desdoblamiento, un
permanente ir y venir entre el sueño y la realidad, a veces agobiante, o casi
siempre.
Como lo suyo es un siempre soñar, un viaje continuo entre el
sueño y la vigilia, viaja a Comala de Juan Rulfo. En ese viaje desea
entretenerse con los espejismos y fundirse con la noche, aunque sabe que ese
viaje es un siempre pasajero. Imposible soportar tanta tristeza, escribe.
“Cuando huye el día” es un poema ambivalente, que va desde un
lugar de luz a uno de sombras, el que atravesará sobre un alambre tenso al que
teme, porque al hacerlo puede caer en el abismo. Es una carga pesada la que
lleva, que ni el humor ni el amor podrán con esa sensación de abatimiento.
Es en la instancia de la vigilia cuando la poeta atrapa el
poema y lucha para no perderlo. El arte en su máxima expresión, los colores de
la paleta de Giorgio De Chirico, Claude Monet o las estrellas de Van Gogh
culminan en estados emocionales propios de la poeta que abre sus ojos para
descubrir la belleza que, como todo lo que existe en este mundo, no está
desprovista de lo terrible. En ese juego de ida y vuelta, de sentimientos que
se contraponen y luchan por dominar al otro, ahí es donde descubrimos la mente
poderosa de María Lyda Canoso.
¿Qué otra cosa puede hacer el poeta sino convertir el arte en
un viaje? Eso es lo que hace María Lyda Canoso. Ella navega en un acorazado
desde donde ve por el ojo de buey la calma del mar, el irse el mal sueño de la
madrugada mientras teclea el poema final. Aunque todos sabemos que no existe el
final del poema, sino una continuación de ese viaje que queda retenido en
nuestra memoria para transformarnos en seres que gozamos entre luces y sombras
hasta escuchar el estallido del silencio.
Ana Danich
No hay comentarios:
Publicar un comentario