SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

martes, 1 de julio de 2014

DULCES SUEÑOS

-Estamos solos, gil- le responde mi amigo a un amigo que le cuenta sobre una amante que lo abandonó hace unos días.

El tipo masca un chicle y escupe su saliva en la pantalla, espera que su amigo le responda, pasan los minutos y nada. Se levanta y va directo al balcón minúsculo, enciende un cigarrillo, camina seis pasos hacia un extremo, vuelve sobre sus pasos, mira el muro del edificio de al lado que se levanta ante sus ojos, lo ve arruinado. Le recuerda a él.

Vuelve para ver si su amigo le respondió. Piensa que tal vez el otro ha tenido una urgencia que lo hizo desistir de responder. O quizás está pensando que decirle. Espera pacientemente mientras el minutero avanza impasible con ese tric trac de hierros vencidos; el mismo ruido que hacen sus dientes cuando la madrugada avanza y el sueño que está sentado cómodamente  en la mesa de luz lo mira burlándose como  un clown que disfruta viéndolo padecer.  Piensa en sus huesos que se asemejan a ese reloj desvencijado, atrapado por un tiempo que se ha ido esfumando sin que él haya tomado nota.

Piensa  en aquellos  que miraban el  programa: “Solos en la   madrugada” de la Tv española,  hace 36 años, e intenta recordar las palabras de los que como él alguna vez hablaron de la agonía que sintieron cuando se sentaron frente al micrófono.  Ahora, (se lamenta), todo eso que sentí alguna vez   se transformó frente a  una pantalla de Pc,  que nos traga como si fuéramos animales desollados y metidos en esa máquina  que nos tritura como a un pedazo de carne inservible.

-A nadie parece importarle, che.- reclama para sus adentros.

Su interior es un territorio que implosiona  con un estruendo que rasga la pared de sus cavidades. Cientos de bombas estallan dirigiendo esquirlas a las zonas más sensibles. La espera se convierte en un aliento nauseabundo que cae como una bruma sobre su cuerpo.

Mientras espera se distrae mirando fotos y piensa en los que están del otro lado. Enceguecido por el resplandor de la pantalla cierra los ojos, su cabeza cae hacia adelante y de su boca pende un hilo de saliva que se desliza lentamente hasta impregnar el cuello de su camisa. Lentamente la tela va humedeciéndose hasta pegarse en el pecho.  Percibe el olor amargo que se ha formado entre el contacto del líquido pegajoso y el sudor de su cuerpo. El hedor lo hace reaccionar. Levanta la cara justo en el momento en que por la pantalla pasa un rostro amoratado. Es el de un hombre de 50 años con la cara ametrallada en algún lejano país de medio oriente. Confundido no sabe si está atravesando el entresueño o es el reflejo de ese hombre que muere con una piedra en la mano.

El minutero  avanza disparando diez  Drones cargados de misiles. Sobrevuela un estado de guerra adentro de su cabeza.

Regresa al  balcón, enciende otro cigarrillo y  mira nuevamente  el muro gris que se yergue frente a sus ojos.

-Ésta es una pared del tiempo de ñaupa, che - Dice, hablándose a sí mismo.

Examina con un ademán la altura del muro como lo hace cada madrugada. 

Se calza las botas y sube los 10 pisos hasta la azotea. Un viento golpea su cuerpo que se bambolea como  el nido de un bicho canasto. Grita, ¡amada mía!, creyendo que tal vez el viento oficiara de mensajero. –Pobre iluso- susurra con un gesto inhumano masticado entre los dientes.

-Estamos solos…che.- Repite. (Las cosas que hace la gente cuando se enamora)            
Un segundo antes… vuelve a gritar.  -Dulces sueños, querida mía.

-¡Dulces sueñooooooooooooooooos!-

Ana Danich (de: Veinte Cuentos en Cuclillas)




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