SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

lunes, 28 de septiembre de 2015

"CUERPO DE PIEDRA" - Prólogo de Humberto Lobbosco


La mujer se expone sobre la piedra sacrificial y se juzga a sí misma en una ceremonia de piedad despiadada. Le implora a su Dios en sacrificio perpetuo una solución que no existe. Porque el cuerpo se le escapa de todo control, roto, partido en pedazos, y pega alaridos en el ara poética, y se mutila y se queja y se duele y se inscribe de la única manera posible para quedar: en la poesía.

La poesía viene a sustituir lo que es deseo permanente y herida para siempre. Por eso la poesía lleva toda su historia inervada en sus huesos; es un todo ella y la poesía; y las vértebras cervicales, hacen ese puente en pedazos que une el cuerpo (el soma, la carne herida y en clamor) con el espíritu (ese cerebro que tampoco da tregua alguna) y el lenguaje escuece y llamea e incandesce. Por eso la poesía también es palmario territorio dañado y en pureza de niña. Por eso se enmaraña en los atajos del delirio y se grita eslabón que teme ser último y quedar espernada. Por eso su madre aúlla desde los adentros de la hija que se pare poesía y se azota de verso en verso y atropella una realidad que sólo es una máscara y una mueca, porque la realidad que el ojo de la cara ve es espanto y estrago, y ahí empieza a ser intempestiva y rasga la herida y también hurga en la historia que la toca y se hace fiscal de algo que la hiere también: por eso se muestra, a diferencia de tanta poesía resignada o solo estetizante, en una voz contemporánea que hinca el punzón en la hendija, en la grieta, en lo que también quema.

De ese ombligo o de ese útero o de ese pecho o de ese adentro tan herido sale a correr en llamas de lenguaje fuerte, puro y duro por el mundo y brama y reclama porque no entiende por qué Dios permite el napalm o por qué es posible que un niño, aunque sea sólo uno, sufra en este mundo que la tiene a ella que a pesar de todo su deseo no puede curar la herida que no cesa de chorrear tanta humanidad, que así no tendría que ser.
La poeta, la mujer que apela al mundo, porque se sabe totalidad en su poesía, se hace y se escande en cada una de las criaturas que sufren, y es el animal maltratado y es el niño herido y es el hombre vencido y es la mujer dadora, y pone el dolor del mundo en ella, lo carga, lo lleva, lo quiere lavar, limpiar, lo quiere parir niño puro, como una loba de mito que pare un mundo nuevo que pueda ser vivible.

Siempre el verso elevándose como anatema en la poesía, porque no se conforma,  no se resigna a ser ruiseñor, no se puede quedar sólo con eso: lo ideal. Entonces sale a entregar todo el amor desesperado, ese amor que siente que se quema en las ascuas del deseo brutal y quiere resolverse y volver al útero materno y probar de nuevo a nacer en segundo nacimiento otra vez de mito, pero ya sabia y posible.

La tortura no olvidar lo que se quedó esperando. Ve lo que perdió y lo que la dejó arrojada en el esperar, y no halla consuelo. Hace el recuento, el inventario, se hunde en un balance que siempre queda en rojo. Pero como ella sabe esperar cree que puede ser que… Tal vez por todo eso, la poesía de Ana Danich también puede tener y tiene esos borbotones de ternura y esos sacudones de ferocidad sin pesimismo. Aunque junio se caiga con sotanas de ocaso, ella siempre espera.

No concede y sin embargo pide dar y a los gritos se da. Sabe que el amor complica, pero también es consciente de que no hay otra manera de vivir y sabe que tiene que llevar su poesía al otro y darla y entregarla como un don porque es tal vez la única posibilidad de que el otro se entere de su tanto amor que no puede quedar esperando para darse… Por eso es mucho mejor que la tengas, lector, toda junta en este libro que, aunque lleva en su frontis la inscripción Cuerpo de Piedra, es, toda ella, poesía, porque ella es Ana Danich.


Humberto Lobbosco  22 de Septiembre de 2015


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