Nadie que no
haya mojado su pie en este río comprende el profundo significado que tiene para
nosotros. El ala temblorosa de la garza cuando levanta vuelo y quiebra el
silencio del amanecer. El costillar de
la isla que emerge de sus aguas. La mañana destellando con su música sobre el verde
de los Timbó, Espinillos y Sauces. El ronroneo de barcos ultramarinos
esperando su entrada al puerto. El piar de los cardenales de rojas cabecitas picoteando
el oro de la playa. El ulular del viento galopando salvaje en los días
tormentosos cuando una escucha que en su
lecho se agita la historia de los huesitos que descansan pegados a su limo. Las
gaviotas planeando al ras y el pez que asoma de las aguas sus tristes agallas
sentenciadas. Las tardes de verano sentadas mi amiga y yo frente al Paraná,
cuando el bullicio de nuestra pequeña ciudad cesaba y las olitas salpicaban nuestras
manos, todo era silencio y descanso; el retumbe del remanso, las vacas y caballos que vivían en la isla,
las aves volando hacia sus nidos, la luna que asomaba tímidamente en el
firmamento, el misterio de universo que abría su paso en el ocaso. Estamos en
permanente diálogo con nuestro río, él nos ha visto madurar, escribir, soñar
y vivir cada uno a su manera, el nos mira, nos cobija, nutre cada instante de
nuestra vida y cuando llegue la hora será mi cuna, abrazando los cuerpos del
olvido.
Ana Danich: (de: Contemplación)
Ana Danich: (de: Contemplación)