Pensar la muerte,
Ir hilvanando tramo a tramo
los años de necias soledades
y cuantiosos desaciertos,
cuándo la vida tenazmente
se transformó en irrefrenable abismo
hundiéndose en las grietas
incógnitas del pensamiento.
Oler la muerte,
tu cuerpo rígido y putrefacto,
madre…, yaciendo en el hueco
de insondables recuerdos lacerados,
que encendieron rojizas hogueras
avivadas por el soplo del viento.
Palpar la muerte,
ver como la vida desafiante,
se retuerce ambivalente
entre adioses y retornos,
rostro que mira hacia el pasado,
manos que en vano se deshacen
buscando asirse al hilo conductor
del más allá y el tiempo que huye,
inexorable, decantando recuerdos.
Oír la muerte,
Sonidos furiosos que descuartizan
huesos, en la trastienda oculta,
concebida en la morbosidad
del pensamiento humano.
Masacrados, torturados, mutilados,
quebranto de cuerpos malolientes,
picana final de los ausentes.
Percibir la muerte,
que viene galopando en la sombra,
sentir que avanza en cada instante
del reloj que cabalga sin piedad,
sin eufemismos,
hacia la boca ansiosa que la espera.
Esperarla sin sorpresa,
sin llantos, ni rencores
ni adioses, ni perdones.
Esperar que me abrace y me contenga
que moldee mi cuerpo a su albedrío,
que me derrita en gusanos arcillosos
en la cueva infernal de tierra macilenta,
estropajo final de los ensueños,
último grito que desvanece el tiempo,
ojos labrados de incontenible espanto,
ni adioses, ni llantos, ni lamentos.
Un interminable y pútrido abandono
a ras del suelo. Eso quiero.
amd