SOLO LAS PALABRAS QUE MERECEN EXISTIR, SON LAS PALABRAS MEJORES QUE EL SILENCIO.

miércoles, 11 de julio de 2012


Llegaron despacito. Imperceptibles. Ellas son así, nunca piden permiso. Las de adentro, esas llegaron mucho antes, pero como no se veían, las oculté restándole importancia. No vaya a ser que alguien se diera cuenta que adentro todo se deformaba con esa lentitud sin reloj que marca el devenir. Pero las otras, esas, las de afuera, las que no podemos soportar porque dejan el rastro marcado como huella maldita que el transcurrir del tiempo va socavando, esas, llegan y se apoderan de una, a veces, ¿qué digo?, siempre se apoderan de una,  emulan tropas maléficas que corrompen con su látigo de fuego cada centímetro de lo que alguna vez fue inmaculado, lisura  que se resiste al transcurso y queda atónita frente a la inexorable realidad de los días, de los minutos con su tic tac tic tac de  agujas que  resuenan como gota china  disfrutando el placer de la tortura  sobre la frente del condenado. Porque por allí comenzaron a llegar. Ya perdí la cuenta del tiempo, pero sé que fue por ahí que llegaron. Ellas siempre llegan por caminos que ni los niños pueden evitar, y es así como van penetrando lentamente en la blanca tersura del  inocente, en el preciso instante en que saben que el recién nacido llora y marca con su llanto el surco que comienza a delinearse y no puede defenderse de lo irrefrenable de la vida.  Ellas son inteligentes, escogen el ángulo exacto por dónde penetrar y así van cavando y abriendo. Cavan y abren hasta que una descubre el surco por donde chorrea la gota salina que las nutre,  y una se mira, y lo peor de todo es que una  ¡se ve!, y ahí, cuando se ve, justamente en ese instante que es parte y todo del descubrimiento, en ese momento de furia incontrolable, cuando una grita frente al espejo y pasa sus dedos por la hendidura y retrocede frente al horror de saber que ellas han ganado, mientras una  simplemente ha dejado pasar la vida como si nada, como si ellas fueran fantasmas que solo invaden  el cuerpo de los muertos y no el de los vivos desde que comenzamos a nacer. Desolada comprendo que tampoco hubo testigos que me susurraran  al oído la frase certera cual rata hedionda que rasga la piel hasta la profunda cueva de lo inevitable: ”Le temps perdu n'est plus récupéré”
Ya sé. ¡Fuiste la única que lo dijo!... Pero no te escuché...

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